miércoles, 17 de agosto de 2022

LA VENGANZA SE SIRVE EN PLATO FRÍO

 

“La venganza se sirve en plato frío” Qué maravillosa frase. A quien se le hubiera ocurrido por primera vez merecía una ovación, pensó la mujer.

Sara llevaba más de veinte años trabajando como enfermera en aquel hospital público. Se había casado con su novio del instituto. Él había realizado los estudios de medicina y ella de enfermería. Se casaron nada más terminarlos y el destino les deparaba también una convivencia profesional. Trabajaban en el mismo hospital.

Pasó el tiempo, tuvieron dos hijos, que ya habían abandonado el nido. El trabajo les iba bien y el matrimonio, aparentemente, también. Pero un día las cosas cambiaron. Su marido comenzó a mostrarse algo huidizo, nervioso, despistado incluso, algo inusual en él, siempre tan seguro de sí mismo. Tenía una agenda personal donde anotaba todo lo que tenía que hacer cada hora de cada día del año. Aquel control de su tiempo rayaba la obsesión. Su extraño comportamiento la alertó.

Todo comenzó el día en que se dejó la agenda en casa. Nunca hasta ese momento le había pasado.

Aquella mañana muy temprano había recibido una llamada que lo había alterado bastante. Ella le preguntó quién había llamado y él le respondió que era del hospital, una urgencia. No tenía por qué mentirle porque con tan solo hacer una llamada ella sabría si le había dicho la verdad o no. Así que no se preocupó. Dio media vuelta en la cama y volvió a dormirse. Pero su sueño fue interrumpido a los pocos minutos. Una compañera de urgencias la estaba llamando. El motivo de dicha llamada era para contarle que su marido había llegado hacía un rato, pero no como médico sino como presunto pariente de una joven que acababa de ingresar por un intento de suicidio. Se había cortado las venas. La rápida intervención de su compañera de piso le salvó la vida.

Con una tranquilidad pasmosa, se levantó, se vistió y se dirigió al hospital. La joven ya había salido de quirófano y descansaba en una habitación privada gracias a la influencia de su marido. En el expediente de la joven él figuraba como su pariente más cercano. Pero ella sabía que aquello era mentira, no la conocía de nada, no era una pariente ni lejana ni cercana. Tras ver las atenciones que le prestaba en la habitación, arrumacos, besos en la boca supo que sus sospechas estaban más que confirmadas. Un retazo de conversación que escuchó tras la puerta entornada fue la guinda del pastel.

-Cariño, hoy mismo se lo digo y nos iremos a vivir juntos. No quiero perderte.

Así que su marido la quería dejar por aquella mujer, joven y guapa, apartándola de su vida como si fuera un trapo viejo y usado. Aquello explicaba su extraño comportamiento en las últimas semanas.

Sintió como la ira, la rabia y los celos, emergían de su interior. Aquel coctel de sentimientos sabiamente mezclados y agitados desencadenarían una potente arma destructiva que haría saltar todo por los aires. Pero qué más le daba. Todo estaba perdido ya, o no.

Salió al aparcamiento. Tenía una copia de las llaves del coche de su marido. Cortó el cable del líquido de frenos y se fue a casa tranquilamente a esperar.

La llamaron unas horas después para decirle que su marido estaba ingresado. Había sufrido un accidente de coche. Estaba en quirófano. Había perdido mucha sangre.

Regresó al hospital. Se puso una peluca para que no le reconocieran y un atuendo de quirófano. Al entrar comprobó el caos que reinaba allí dentro, nadie se fijó en ella, le pidieron que trajera un par de bolsas de sangre para hacerle una transfusión. Así lo hizo. Pero cambió las etiquetas antes. La sangre, su veneno. 

Se fue al baño, se quitó la bata, la peluca y el maquillaje y se encaminó tranquilamente a la sala de espera. Pronto recibiría noticias de su marido.

 

 

 

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