El día tan deseado para ella, con el que siempre había
soñado, había llegado. El chico que le gustaba, Anko, del que llevaba enamorada
desde que tenía uso de razón, la había invitado al cine. Se pasó parte del día buscando una ropa
adecuada para la ocasión. Su nerviosismo iba en aumento a medida que se
acercaba la hora de la cita.
Mientras se arreglaba soñaba con lugares lejanos, de los
que había oído hablar en las novelas románticas que devoraba, repletos de
finales felices y encuentros románticos bajo la luz de la luna. Se imaginaba
que su historia de amor se asemejaría a los relatados en aquellos libros que
tanto le gustaban.
El joven la esperaba frente a su portal. Le dio un rápido
beso en la mejilla. Elisa se ruborizó. Comenzaron
a caminar. Él le agarró la mano. Ella dejó que lo hiciera.
A un par de manzanas del cine el joven tomó una calle
apenas transitada y poco iluminada. Ella reticente a seguirlo le preguntó el
motivo de ir por allí. Él le respondió que llegarían antes si tomaban aquel
atajo. Ella no quería llegar antes, quería que los minutos se alargaran en el
tiempo para seguir disfrutando eternamente de su compañía. Pero no dijo nada y
siguieron caminando.
Un coche se detuvo a escasos metros.
Dos muchachos se apearon de él. Uno la agarró por la
espalda al tiempo que le tapaba la boca con un pañuelo. Al poco rato perdió el
conocimiento.
Cuando se despertó era de noche. Estaba tumbada entre
unos arbustos cerca de un camino de tierra que atravesaba el bosque. Intentó
levantarse. Los muchachos apoyados en el coche, bebían y fumaban sin parar de reírse.
El cuerpo le dolía horrores.
Anko se acercó. Ella había conseguido, a duras penas,
ponerse de rodillas. Le suplicó que la ayudara a levantarse. Por toda respuesta
recibió una patada en la cara. Su cabeza cayó hacia atrás golpeándose de lleno
contra una piedra. Antes de morir, mirándole fijamente a los ojos, juró venganza.
Exhaló su último suspiro en forma de pregunta: ¿por qué?
Nerviosos al ver lo que había pasado se metieron en el
coche con la intención de huir de allí. No llegaron muy lejos. En medio del
camino vieron la silueta de un ser monstruoso. Tenía la cabeza de un toro, sin embargo,
caminaba erguido sobre dos piernas humanas. Era muy alto, sobrepasaba los dos
metros de altura.
Levantó el coche con sus patas delanteras como si de una pluma
se tratara y lo lanzó al aire con una fuerza descomunal. En su trayectoria
chocaba contra los árboles que había a ambos lados del camino. Éstos fueron cayendo
al suelo, uno a uno, como si de palillos se trataran.
Anko logró salir del coche en llamas. Estaba malherido, pero seguía con vida. Sus
amigos no tuvieron la misma suerte. Sus cuerpos se consumieron entre las
llamas.
Logró ponerse a salvo al pie de un árbol. Las sirenas de
los bomberos se oían todavía lejanas.
Escuchó el ruido de fuertes pisadas. El suelo temblaba a
cada paso. Cerró los ojos muerto de miedo. Supo, antes de verlo, que se trataba
del monstruo que los había abordado en el camino. Sin embargo, a medida que se
iba acercando a él, aquellos pasos iban perdiendo intensidad.
Alzó la mirada y la vio. Era ella. Elisa. Tenía la cabeza
ensangrentada y la ropa sucia y desgarrada. Sus ojos carentes de vida, lo observaban
detenidamente. Intentó levantarse. Pero tenía una pierna rota. Gritó desesperado.
-Probarás mi veneno de amor –sentenció ella.
A partir de ese día su vida se volvió un infierno. Tenía
pesadillas con aquel monstruo. Revivía cada noche el horror de ver a sus amigos
envueltos en llamas entre gritos aterradores de dolor y miedo. Cuando al fin se
despertaba, bañado en sudor y con el corazón a punto de salirse del pecho,
Elisa estaba allí, acostada junto a él en la cama, mirándolo, con una sonrisa
macabra dibujada en su cara.
Wow y yo casi llorando. Gracias que solo fue una pesadilla.
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