Salió de su letargo. Abrió los ojos. Estaba confusa. Le
dolía mucho la cabeza y tenía la boca muy seca, le costaba tragar saliva. Miró
a su alrededor. Estaba en un lugar apenas iluminado. La luz de la calle
arrojaba la luz suficiente para darse cuenta de que estaba en una habitación de
hospital. Quiso levantarse. No pudo. Tenía las manos y los pies atados a la
cama. Quiso gritar. No lo hizo. Respiró hondo. Intentó calmarse. Se concentró
en escuchar algún ruido. Nada. Estaba
sola. Sus ojos se acostumbraron a la poca luz. Se dio cuenta de que tenía las
muñecas vendadas. Sendas manchas de sangre enturbiaban el blanco de las
vendas. Intentó recordar lo que había
pasado. Estaba claro que había intentado cortárselas. Pero no recordaba haberlo
hecho. Nunca haría tal cosa. No tenía
motivos para hacerlo y sin embargo…. ahí estaba la evidencia de que lo había
intentado.
Cerró los ojos. Su cerebro estaba inerte, como un amasijo
de hierros de un coche tras un accidente. No lograba recordar nada. Aun así, no
se rendiría. Tenía una vía puesta por la que llegaba el suero a sus venas. Se
sentía tan cansada…. Sólo quería recordar.
La puerta se abre. Se hace la dormida. No quiere que
sepan que ha despertado. No. Todavía no. Necesita recordar. Necesita que su
cerebro vuelva a funcionar. Alguien se acerca a su cama. Le llega un olor, el
aroma de una colonia. Le resulta familiar…. Una mano le toca la frente. Está
fría. Ese aroma…. Unas imágenes pasan por delante de sus ojos. Ella entra en
una perfumería. Escoge una colonia. Sabe que es la preferida de…. ¿de quién?
“Recuerda Elisa, recuerda”. Se dice.
Los pasos se alejan. La puerta se cierra tras ellos.
Entonces los engranajes de su mente empiezan a girar. Sus
recuerdos parecen volver poco a poco.
¡Sara! Se llama Sara. Por fin recuerda. Sara su mejor
amiga. Trabajan juntas como enfermeras en el hospital. Le había comprado una
colonia por su cumpleaños. Hacía… una semana. Sí. Estaba recordando.
Bien….
Escucha la puerta de su habitación abrirse. De nuevo
pasos acercándose a su cama.
Y la voz de Sara hablándole.
-Querida qué se siente al estar ahí. Ahora eres la
paciente. Te voy a poner otra bolsa de suero. Esta es la que curará tus heridas
para siempre. Porque tus heridas no son físicas, están en el alma. Elisa,
siempre fuiste tan correcta, tan moralista. No podía permitir que me delataras,
porque estabas a punto de darte cuenta de que yo era la culpable de todas esas
muertes. Lo pude ver en tu cara, en cómo me miraste cuando anoche fui a tu casa.
Vi miedo en tus ojos. No supiste reprimirlo. Pero yo iba preparada. Una botella
de vino. Un fuerte sedante. Te bebiste la copa sin rechistar, sin desconfiar. Siempre
fuiste tan buena…. Viendo en cada momento el lado bueno de las personas… Lo
demás vino solo. La bañera. Los cortes en las muñecas. Un suicidio en toda
regla. Pero tuvo que llegar tu marido. Pensé que estaría fuera todo el fin de
semana. Pero no, tuvo que volver. Pero logré escapar. Él te encontró y ahora
nos encontramos en esta situación. Esta vez no fallaré.
Los recuerdos volvieron a su memoria a raudales. La
llegada de Sara. La botella de vino que se habían bebido. Cómo comenzó a
marearse hasta perder el conocimiento. Pero antes….
Había mandado un correo al director del hospital esa
tarde, antes de que Sara llegara a su casa. Sabía que lo leería a primera hora de
la mañana. Pensó en llamarlo, pero todavía no tenía todas las pruebas para
implicarla en las muertes acaecidas en el último mes. Sospechaba que inyectaba
insulina en las bolsas del suero. La muerte de los pacientes se producía en
horas, en un día a lo mucho.
Elisa sufrió el tratamiento mortal. Sara le había puesto
la bolsa de suero letal.
Ya había amanecido. No sabía qué hora era. El tiempo
jugaba en su contra.
Sara la arropó. Le apartó un pelo que le tapaba la cara.
Se inclinó sobre ella y le susurró al oído.
-Descansarás eternamente, querida amiga.
Escuchó sus pasos alejándose de su cama. Sonaban cada vez
más lejanos. Estaba tan cansada. Necesitaba dormir.
Entonces….
La puerta se abrió de golpe. La habitación se llenó de
gente. El director del hospital había ido a trabajar antes aquel día. Tenía una
reunión importante a las 8. Lo primero que hacía cada mañana a llegar a su
despacho era leer su correo.
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