lunes, 7 de noviembre de 2022

ORACIÓN DE MUERTE

 

ORACIÓN DE MUERTE

 

Convento de María Auxiliadora, año 1856

 

- ¡Santa Muerte, te suplico que escuches mis plegarias! El dolor que me embarga que me corroe las entrañas y se ha llevado mis ganas de vivir, es más fuerte cada día que pasa. Mi cuerpo ya no necesita alimentarse, ha de romper las cadenas que lo tienen anclado a la vida, mi alma quiere ser libre, volar eternamente hacia las estrellas donde, con seguridad, encontrará la paz tan ansiada junto a mi amado… Santa muerte, ten piedad de mí. Espero con ansia tu llegada. Mi vida en la tierra ya no tiene sentido. ¡Santa Muerte ven a por mí… te lo suplico!

Una joven arrodillada frente a un humilde camastro rezaba con fervor. Estaba desnuda. Su cuerpo mostraba una extrema delgadez.  En el suelo descansaba una túnica talar de lana, el hábito que llevaban las monjas de ese convento.

Golpeaba su espalda con punzantes espinas. Una y otra vez. Sin dejar de rezar. Esperando que la ansiada muerte fuera a buscarla.

A causa del dolor aquella muchacha perdió la conciencia.

La muerte había escuchado sus plegarias. La observaba desde un rincón de su pequeña y húmeda celda, oculta entre las sombras.

Se acercó a ella. La contempló de cerca. Yacía boca abajo sobre el frio suelo empedrado. Tenía la espalda ensangrentada, la piel hecha jirones. Su respiración entrecortada denotaba que la vida se le escapaba a cada aliento que exhalaba. 

Conocía la historia de esa joven. Encerrada en aquel lugar por petición de su padre. La depresión que sufría aquella muchacha fue tomada por una enfermedad mental. La causa de aquel mal que la embargaba era la falta de noticias de su amado tras varios años de espera. Había partido a luchar en una guerra en nombre del Rey. Nunca había regresado ni se sabía nada de él.

Pero la muerte sabía lo que le había pasado al joven amado. Ella lo había ido a buscar cuando las heridas que presentaba presagiaban el final de su vida.

La muerte cogió a la joven entre sus brazos. Despacio, como quien recoge a un pajarillo herido. La miró con ternura mientras besaba su rostro cubierto de lágrimas.  Ella abrió los ojos. No vio a la muerte frente a ella.  Vio a su amado. Sonrió. Él había venido a buscarla.

“Aún en una resignada carencia, aguardaba su peregrina huella”

 

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