María Prado entró corriendo en la iglesia. Buscaba al
padre Marcus. Estaba llorando y se la veía muy nerviosa y asustada. El
sacerdote que en esos momentos estaba en la sacristía hablando con el padre de
una joven que se sería desposada en un par de semanas, salió apresuradamente al
escuchar gritar su nombre. Intentó calmarla. María temblando de miedo se abrazó
a él buscando consuelo entre sus brazos.
Un poco más sosegada el padre le ofreció una silla para
que sentara al tiempo que le preguntaba el motivo de su desconsuelo.
La mujer comenzó a hablar. Había visto a un hombre
merodeando por el bosque. Ella, que había acudido allí a una hora temprana para
recoger leña, se había escondido tras un árbol al verlo. No le había gustado su
aspecto desaliñado. Caminaba dando grandes zancadas. De vez en cuando se paraba
a escuchar husmeando el aire como un animal. Pero aquello no era todo. Lo peor
es que llevaba un bebe entre sus brazos.
El padre Marcus se enderezó en su silla. La mujer logró
captar por completo su atención.
En los últimos meses habían desaparecido tres bebés. Robados
de sus cunas al anochecer. A pesar de los esfuerzos que habían hecho los
habitantes del pueblo por descubrir al miserable monstruo secuestrador de
niños, no se había llegado a descubrir al culpable.
Lo que le contaba la mujer era una información sumamente
importante. Había visto a la persona que se llevaba a los bebés.
Le preguntó cuál era el aspecto de aquel hombre.
Ella le respondió que era más bajo y gordo, con una barba
muy poblada y el cabello negro muy largo. Pero lo peor eran sus ojos grandes,
saltones y rojos como las llamas del infierno. Nunca lo había visto antes. No
era del pueblo.
Gritos desgarradores en la iglesia y un gran alboroto
hicieron que el padre, seguido del hombre y de María salieran de la sacristía a
ver que estaba pasando.
Una joven desesperada gritaba que se habían llevado a su
bebé.
El padre Marcus les habló de lo que le había contado la
mujer que estaba a su lado. Los hombres decidieron hacer una batida por el
bosque. No podría haber ido muy lejos.
Mientras tanto María regresó a su casa. Al abrir la
puerta de su choza escuchó los llantos del bebé que había robado a su madre
aquella noche.
Ella le dio vida al monstruo.
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