Sentado junto a la ventana de la habitación que compartía
con sus dos hermanos mayores, Martín, un muchacho de doce años, estaba
enfrascado en la lectura del libro «veinte mil leguas de viaje submarino» de
Julio Verne. Ajeno a todo lo que ocurría fuera de su habitación el muchacho se
había sumergido en las aguas profundas de la historia fruto de la inagotable
imaginación del escritor.
Fuera, en el jardín delantero de la gran casa colonial
que compartía con sus cuatro hermanos, dos chicas y dos chicos y sus padres,
las risas, gritos y el bullicio propio de niños jugando le pasaban
desapercibidos.
Sus hermanos y hermanas no compartían su afición. Lo
dejaban por imposible, un caso perdido pensaba. No comprendían que prefiriera
quedarse en la habitación leyendo a salir a jugar con ellos al jardín. Sólo una
persona conocía, al igual que él, el poder de la lectura. Poder viajar a sitios
lejanos, exóticos, vivir aventuras, experiencias únicas, evadirse durante un
tiempo de la realidad, de lo cotidiano, de la monotonía. Esa persona era su
madre. Gran lectora y aficionada a los libros sea cual fuera su género. A lo
largo de los años había conseguido los suficientes libros para tener una
pequeña biblioteca de la cual se sentía muy orgullosa. Ahora estaba en el
jardín sentada bajo la sombra de un viejo sauce, con un libro entre sus manos
mientras vigilaba que ninguno de sus retoños se hiciera daño en sus juegos.
Martín, escucha la voz de unos hombres muy cerca de donde
estaba, somnoliento abre los ojos y para su desconcierto se da cuenta de que ya
no está en su cuarto. Sentado en un rincón de una habitación con paredes
redondeadas y de aspecto metálico. Se levanta y se acerca al grupo de hombres
que sentados ante una mesa están hablando sobre como atrapar al impostor y
echarlo del nautilius, un submarino nuclear.
De repente un fuerte golpe efectuado desde el exterior
produjo que el submarino se moviera de una manera alarmante. Una sirena comenzó
a sonar de manera insistente a una gran intensidad provocando que los
asistentes se taparan los oídos.
El submarino había sido dañado de manera grave.
Un hombre entró gritando:
-Una medusa roja está nos está atacando y no podemos
descartar la llegada de más.
El llamado «impostor» no era otro que un científico,
dueño de la nave, que no había informado de que el nivel de radiación que
liberaba el submarino triplicaba lo permitido, atrayendo de esta manera a
monstruos marinos como la medusa roja que se había vuelto loca debido a los
altos niveles radiactivos que circulaban por el fondo del mar. Trajo la muerte
a veinte mil leguas submarinas.
Tenían que abandonar la nave antes de que fuese destruida
por esos monstruos.
Pero ¿cómo? No podían salir al exterior sin que fueran
atacados por las medusas. El número había aumentado considerablemente.
Martín estaba terriblemente asustado por lo que estaba
sucediendo. Nadie parecía prestar atención a sus llantos y súplicas de que
quería volver a casa.
Volvió a sentarse en el rincón y comenzó a llorar
desconsoladamente. Alguien comenzó a zarandearlo, primero despacio y luego con más
intensidad. Pensando que el submarino se estaba hundiendo bajo sus pies se puso
a gritar.
Alguien lo abrazó. Era su madre. Había ido a despertarlo
para que fuera a cenar.
Eres maravillosa, Pilar. Tienes la habilidad de crear el ambiente perfecto para que alcancemos un estado de aventura y nos adentremos en la misma. Conozco la historia original desde niña y tu versión me ha encantado. Te felicito, preciosa.
ResponderEliminarUn abrazo muy grande 🤗💫