miércoles, 22 de febrero de 2023

EL MONSTRUO

 

El hombre aparcó su coche en el aparcamiento de la comisaría y con paso decidido se dirigió a su despacho. Entró, colgó su abrigo y encendió su portátil. Pasados unos cinco minutos su mejor hombre, el inspector Martínez estaba llamando a la puerta.

—¡Entra!

El hombre arrojó una carpeta marrón sobre la mesa del comisario.

—Nos acaba de llegar esto del hospital. –le dijo Martínez sin más preámbulos.

El comisario abrió la carpeta. Dentro había varias fotos de una chica tumbada en una camilla del hospital. No tendría más de quince años. Presentaba diversas contusiones en la cara, signos de posibles ataduras en sus muñecas y tobillos. Tenía la cara hinchada y posiblemente la nariz rota. Estaba en avanzado estado de gestación.

Martínez continuó hablando

—Sobre las tres de la madrugada la joven deambulaba sola por la calle. Un coche se detuvo al ver el penoso estado en el que se encontraba. Llevaba un camisón blanco puesto muy sucio, temblaba de frío y se la veía desorientada. El hombre que la llevó al hospital les dijo a los médicos que la atendieron, que no paraba de repetir, una y otra vez: “El monstruo me ha violado” sin dejar de llorar y arañándose la barriga reiteradamente.

Tiene desnutrición, múltiples contusiones por todo el cuerpo. En esto momentos está sedada. Al no llevar ninguna documentación no ha podido ser identificada. Nuestros compañeros están en ello, cotejando sus huellas con la base de datos. Piensa que en su estado no pudo caminar mucho. Se baraja la hipótesis de que logró escapar de sus captores. Le faltan días para dar a luz.

El comisario que no había dejado de mirar las fotos en todo el tiempo que su compañero había hablado levantó la cabeza y le dijo:

—Tenemos que empezar por las denuncias de desapariciones de jóvenes en los últimos meses presentadas en comisaría. Y cuando tengas los resultados de las huellas avísame.

—Muy bien jefe –le respondió Martínez al tiempo que salía del despacho.

El comisario estuvo un rato sentado con la mirada perdida. Se levantó, se preparó una taza de café y estuvo haciendo un par de búsquedas en internet. A continuación, se levantó, cogió su chaqueta y salió de la comisaría. En el aparcamiento recibió una llamada por el móvil. Martínez lo contemplaba a través de la ventana.  Sus miradas se cruzaron durante unos instantes. El comisario se metió en el coche y desapareció calle abajo.

La habitación de la joven estaba situada justo enfrente al mostrador de las enfermeras, custodiada por un policía que no permitía la entrada de nadie que no estuviera autorizado.

Pero al ver a la persona que se aproximaba hacia la habitación, el uniformado le abrió la puerta dejándolo pasar cerrándola tras él.

A la joven se le estaba pasando los efectos del sedante. Abrió los ojos cuando sintió una mano acariciándole con suavidad la cara, el pelo. Reconoció aquel olor, aquella voz que trataba de consolarla. Su cuerpo se puso en alerta. Abrió los ojos lentamente y trató de enfocar la mirada hacia la cara de la persona que estaba a su lado. Veía todo distorsionado. Una figura sin rostro. Aun así, supo quién era. Se revolvió en su cama. Tenía que salir de allí.  Gritó.

El policía que estaba en la puerta entró seguido de una enfermera. Le pidieron al comisario que saliera de la habitación mientras le inyectaban un fuerte tranquilizante.

Al cabo de un rato la joven se despertó al sentir que salía de ella.

Se había puesto de parto.

Cuando la estaban llevando al paritorio un grupo de gente, unos veinte en total ataviados con túnicas negras y capuchas del mismo color, los estaban esperando a la salida del ascensor.

La idea es sacar a la chica de allí por la puerta trasera del hospital. Pero lo que no habían contado aquella gente es que el inspector Martínez, había reunido a sus mejores hombres y los estaban esperando con sus armas reglamentarias desenfundadas y dispuestos a disparar al menor movimiento.

La joven parió un niño con pezuñas en vez de manos y pies y con unas pequeñas protuberancias a ambos lados de la cabeza con forma de cuernos.

El comisario pertenecía a una secta satánica. Juraba que aquel era el hijo de Satán.

En la partida de defunción del recién nacido en el apartado de la causa de la muerte habían escrito: malformaciones en el aparato respiratorio.

 

 

 

 

 

 


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