Tres parejas llegaron a la isla de Santa Clara a bordo de
un yate el viernes por la noche. Se trataban de María y Mauricio, una pareja de
recién casados. Alba y Tomás un matrimonio de media edad y Fabián y Candela una
adorable pareja de ancianos que llevaban cincuenta años juntos.
En el embarcadero los recibió un reconocido empresario
dueño de la mansión donde pasarían el fin de semana celebrando a lo grande el
día de los enamorados, conocido por todos como San Valentín.
Dos Faustino los condujo hasta su “humilde morada”. Les
enseñó la casa, sus respectivas habitaciones y quedó en verlos en una hora en
la parte de atrás, donde estaba ubicada la piscina.
Cuando llegaron comprobaron, con gran regocijo de las
tres parejas, de que la cena estaba servida. Estaban muertos de hambre.
Pasaron una velada maravillosa. Se zambulleron en la
piscina, bailaron y bebieron hasta bien entrada la madrugada.
Al día siguiente al despertarse el desayuno estaba
servido. Dieron un paseo por la isla hasta la hora de comer. La tarde se presentaba
interesante, harían un viaje en el yate de don Faustino hasta el anochecer. Podrían
pescar, bañarse o simplemente tomar el sol en la cubierta.
La cena de ese sábado transcurrió, al igual que el día
anterior, junto a la piscina. Al terminar el anfitrión les ofreció una bebida
de la que nunca habían visto ni oído hablar. Según él era muy común en ese lado
del pacífico, una bebida a base de frutas tropicales con un toque de alcohol
que les daba ese sabor amargo. Apuraron las copas no sin cierto recelo. Minutos
después todos estaban llenándolas de nuevo y coincidían en que nunca habían
probado nada igual.
Los primeros rayos de sol de la mañana arrojaron luz
sobre la piscina y el jardín trasero. Tres hombres dormían tumbados en la
hierba mientras las mujeres hacían lo mismo junto a la piscina sentadas en unas
sillas, atadas y amordazadas.
Los hombres se despertaron primero. Se levantaron con una
gran resaca. La mesa donde la noche anterior había estado la cena ahora estaba
cubierta por un tapete verde sobre el que descasaba una baraja española.
Don Faustino les dio los buenos días y los invitó a
sentarse. Traía consigo una gran cafetera de la que salía el olor inconfundible
del café recién hecho.
Las tres mujeres también se despertaron. Al ver en el
estado en que se encontraban comenzaron a moverse desesperadamente intentando
aflojar las cuerdas que ataban sus tobillos y sus muñecas.
—Buenos días, damas y caballeros –les saludó
eufóricamente- Vamos a jugar a las cartas. Una partida sangrienta en San Valentín.
Les indicó a los hombres que se sentaran.
—El juego se llama el “Guiñote”. El objetivo es conseguir
más puntos. Cada jugador arranca con seis cartas. Una carca de la baraja queda
levantada y se considera “triunfo”, el palo más fuerte de todos durante la
partida. Comienza a jugar el de la derecha, o sea, Mauricio. Gana quien tire la
carta más alta del mismo palo del que se ha salido o de triunfo. ¿Entendido?
Guardaron silencio unos minutos hasta que Fabián hizo la
pregunta que todos tenían en mente.
—¿Para qué jugamos?
Don Faustino soltó una sonora carcajada.
—Pues está claro –les dijo sin dejar de sonreír- para
demostrar el amor que sentís por vuestras esposas.
Lo miraron atónitos, sin entender qué quería decir.
—Es muy sencillo. El que gane, se salvará él y su esposa.
Los que pierdan…. morirán. Tenéis tres intentos. Pero para que veáis que no son
tan cruel como pensáis os doy una oportunidad a los tres. ¡Seguidme!
Los tres hombres se levantaron. Faustino les señaló la
piscina. Estaba llena de pirañas.
—Os doy la oportunidad de no jugar y morir por ellas.
Lanzaos a la piscina y vuestras mujeres se salvarán o jugad y tal vez se salven
o tal vez no.
Fabián no se lo pensó dos veces y se lanzó. Las pirañas
se cebaron con él y en segundos el agua de la piscina quedó teñida de rojo.
Don Faustino desató a Candela, la mujer del hombre que se
había arrojado. Ella presa de un ataque de nervios al ver lo que había hecho su
marido se lanzó al agua.
—Bueno, bueno, esto sí que es amor ¿no os parece? –les preguntó
a los dos hombres que no daban crédito a lo que acababan de ver- ¿alguien más
se anima?
Comenzó el juego.
La suerte parecía que estaba del lado de Mauricio. La primera
partida la ganó él.
Sin embargo, en la segunda la suerte se puso del lado de
Tomás.
Quedaba una, la definitiva, la que dictaminaría si vivían
o morían.
Ésta resultó estar muy igualada.
Quedaban pocas cartas y Tomás tenía unas cartas muy bajas.
En un arrebato de ira se levantó de la silla, agarró a
Mauricio y lo intentó tirar a la piscina.
Mientras tanto Alba, la mujer de Tomás, había conseguido
aflojar las cuerdas de las muñecas. Se deshizo de ellas, se desató los tobillos
y corrió hacia donde estaba don Faustino que en esos momentos le daba la
espalda, y se abalanzó sobre él. El hombre pasado el susto de verse atacado reaccionó
con rapidez logró deshacerse de su ataque empujándola con todas sus fuerzas. La
mujer cayó en la piscina. Tomás al ver lo que le había pasado a su mujer fue a
por el anfitrión, pero Mauricio lo agarró de la camiseta y lo tiró al suelo.
Forcejeando durante unos minutos hasta que el sonido de un disparo los dejó
inmóviles. La hierba se cubrió con la sangre de Tomás. Don Faustino le había
pegado un tiro en la cabeza.
—Bueno, bueno, hay una pareja ganadora. Que sepáis que yo
aposté por vosotros desde el primer momento. Una parejita recién casada
rebosante de amor….
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