Había una palabra que definía a la perfección a su
marido: infiel.
Lo había sido siempre pero no lo había visto hasta hacía
unos meses.
Recordaba lo que su madre le había dicho el día de su
boda «el amor es ciego» y tanto que lo era.
Se había enamorado de él como si fuera una colegiada de
quince años aun sabiendo que a sus espaldas llevaba una gran cantidad de
relaciones antes de que la hubiera conocido. Sospechaba que no la quería.
Simplemente se casó con ella para dar una buena imagen cara la sociedad.
Conocedor de su fama de mujeriego y vividor, sabía que lo
miraban con cierto recelo y que no lo tomaban en serio. Y eso no estaba bien
teniendo en cuenta que necesitaba que la joyería que regentaba saliera a flote.
Así que se había forjado un plan y lo llevó a cabo y ella
había sido el plan.
La boda se celebró por todo lo alto. Los primeros años
fueron una maravilla. El negocio prosperó en gran medida.
Más pronto que tarde, ella comenzó sospechar que su
marido se veía con otras mujeres. Y por qué comenzó a sospechar. Pues muy sencillo.
Fue una vez al banco a sacar una suma bastante grande de dinero para comprarse
un buen coche. El cajero que la atendió le dijo que estaba en números rojos. No
podía creerlo. El hombre fue más allá y le indicó que el dinero había sido gastado
en un coche y un apartamento en la playa. Seguramente algún regalo para la amante de turno.
Salió del banco muy enfadada y se dirigió hacia el
trabajo de su marido para exigirle explicaciones.
La joyería estaba cerrada a pesar de que todavía era hora
laboral.
Tenía llaves, así que entró.
Sabía dónde estaba la caja fuerte donde guardaba el
dinero y las joyas más valiosas.
También sabía la contraseña. Era un hombre de costumbres
y lo de él no era pensar mucho. Así que pulsando su fecha de nacimiento se
abrió la caja.
Dentro había una gran cantidad de fajos de billetes, así
como un número bastante considerable de joyas.
Entonces se le ocurrió una idea.
Volvería de noche, cuando su marido estuviera durmiendo.
Lo cogería todo y fingiría que había sido un robo.
Y así lo hizo.
Por la mañana una llamada al móvil lo despertó a él,
porque ella no había podido conciliar el sueño después de lo que había hecho.
Le informaron que habían entrado a robar en su negocio.
El hombre mudó de color y cayó desplomado al suelo. Cuando ella fue a su
encuentro él ya había muerto.
La policía comenzó a hacer las pesquisas necesarias para
descubrir al ladrón.
No dudaron en aparecer el día del entierro para
interrogarla.
A ella le entró el pánico. Tenía las joyas en casa. ¿Y si
conseguían un orden del juez para registrar la casa? Entonces sabrían que había
sido ella.
Por la noche la gente que había estado velando a su
marido se fue yendo poco a poco. Sólo quedaba ella.
Se acercó al ataúd de su marido y colocó dentro la bolsa
con el dinero y las joyas.
Pasaron un par de años hasta que el caso se cerró por
falta de pruebas. La mujer fue entonces cuando decidió una noche de luna llena
hacerlo.
Se profanó la tumba del joyero.
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