miércoles, 30 de agosto de 2023

UN ACUERDO DE MUERTE

 


Una calurosa noche de verano el conde de PiedraNegra sabía que le costaría conciliar el sueño. No había cerrado la ventana de su dormitorio y tampoco había corrido las cortinas. Desde su cama contemplaba el cielo estrellado mientras esperaba impaciente que el sueño lo envolviera.

En el silencio de la noche, interrumpido por el sonido de los grillos en el jardín y del ulular de algún búho en las cercanías, pudo escuchar unos pasos en el pasillo. Sabía que estaba o debería estar solo en la mansión. Mary, la cocinera y su marido Tomás, el jardinero, no dormían allí. Al anochecer regresaban al pueblo.

Los pasos cesaron delante de la puerta de su habitación. Ésta se abrió con un ligero chirrido.

El conde no era un hombre que se asustara fácilmente. Se incorporó en la cama al tiempo que preguntaba.

—¿Quién anda ahí?

No hubo respuesta. Pero el visitante nocturno comenzó a caminar hacia él.

Era un figura larga y delgada. Vestía una túnica negra con una capucha que le cubría prácticamente el rostro.

La figura cogió una silla y se sentó al lado de la cama.

El conde por fin pudo verle parte de la cara carente de piel, de carne, sólo había huesos. Supo que la muerte había venido a por él.

—¿Ha llegado mi hora? –le preguntó

—Eso me temo, mi querido amigo –le respondió la parca

—Estoy preparado -le respondió el Conde con un ligero temblor en su voz

—Me alegro saberlo, no soporto a la gente que me implora gimoteando que le perdone la vida.

—Nunca he suplicado nada a nadie ni lo haré jamás –le respondió el hombre. Hizo una pausa y prosiguió -y mucho menos a ti.

La muerte soltó una carcajada sonora ante la valentía del conde.

—Sé quién eres, tu fama de vil y sanguinario te preceden. Pero has de hacer una última cosa antes de venirte conmigo.

—No recibo órdenes de nadie –le espetó el Conde

—Yo no soy uno de tus súbditos y no te lo estoy pidiendo, te lo estoy exigiendo. Tu forma de morir está en mis manos. O te vas de esta vida de una manera plácida y tranquila o envuelto en terribles dolores. Ahí está la diferencia.

Continuó hablando ante la falta de respuesta del Conde.

—Has acumulado mala energía durante toda tu vida. Y la has utilizado para hacer sufrir a los demás. Pero hay alguien que quiero que liberes. Tu hijo, tu primogénito, lleva encerrado en el desván desde poco después de nacer. Lo has convertido en una bestia. Tienes que liberarlo y darle toda esa energía que, en pocos días, en seis para ser exactos, no vas a necesitar.

El conde alzó la mano para que dejara de hablar.

—Está muerto.

—Lo sé. Hace dos días que su corazón no late.

—¿Me estás diciendo que en seis días mi energía dará vida a mi hijo?

—Exactamente.

—¿Por qué?

—Mi amiga la muerte está bastante deprimida últimamente. Pensé que un monstruo como el que has creado le dará ese toque de energía que necesita para hacerla salir de su tristeza.

 

 

 


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