—¿Sofía, estás ahí?
—¿Quién es Sofía?
—¡Te quieres callar! -le reprimió María- estoy invocando a un demonio muy malvado, que según dicen en internet nunca viene solo. Trae a sus demonios para hacer bromas sangrientas.
Alba guardó silencio mientras su dedo índice seguía encima del vaso como si se lo hubieran pegado. No le gustaba nada aquello. De pronto el vaso se movió hasta la casilla donde había un sí en mayúsculas.
Miró de reojo a su amiga y al ver la expresión de su cara, haciendo un enorme esfuerzo para no echarse a reír, supo que todo aquello era una farsa. Se estaba burlando de ella.
Alba se levantó y se sentó en la cama de su amiga. María la siguió pidiéndole disculpas.
—Quería gastarte una broma Alba, lo siento. Últimamente estás muy rarita. Además no creerás toda esa tontería de la ouija ¿verdad?. La encontré hace un par de días sobre un banco del parque mientras paseaba a Toby. Perdóname, por favor.
Se arrodilló delante de su amiga poniendo su cara más angelical.
Alba se rió y la abrazó.
—No pasa nada María. Siéntate a mi lado. El problema es mi madre. ¡La odio!. Sabes que es una gran devota. Todo lo que hago es pecado para ella. Arderé en las llamas del infierno por llevar la falda por encima de la rodilla o la blusa desabrochada o si digo un taco y no veas lo que me pasará si le doy un beso a un chico. Engendraré en mi vientre al hijo de Satán eso como poco. Si pudiera la mataría.
Su amiga la miró apenada. Una madre así era un suplicio.
—Con la mía no tengo esos problemas. Es atea. Así que no me dice nada por llevar escotes o la falda muy corta. Pero….
—Se levantó de la cama y fue hasta su mesilla de noche y sacó un papel varias veces doblado.
—¿Qué es eso? -le preguntó Alba.
—Es la gente que me cae mal.
Su amiga la miró. Había más de veinte nombres allí anotados. Casi todos eran compañeros del instituto, algún que otro profesor y otra gente que no conocía.
—Tú sólo quieres matar a tu madre y yo a toda esta gente.
—Mañana es sábado -le soltó María
—¿Y?
—Es el cumple de Sara… Nos invitó hace semanas ¿no lo recuerdas?
—Olvídate, mi madre me dejó muy claro que no iría.
Sin embargo el sábado por la tarde Alba se presentó en la fiesta. María al verla la abrazó con entusiasmo loca de alegría.
—Al final te dejó venir -le dijo
—Bueno, más o menos -le respondió Alba.
Después de un par de copas y de bailar más de una hora Alba le hizo señas a su amiga para que la siguiera. Cargaba con una caja que parecía pesada. María la siguió hasta el garaje.
—¿Qué hacemos aquí? .-le preguntó
—Gran parte de los que tienes en la lista están aquí
—Si, lo sé ¿y?
—Ayúdame a llenar estas botellas vacías de anticongelante. Los chicos acaban de vaciar todo el alcohol en un cubo y lo están bebiendo como si fuera agua. Echaremos el contenido de éstas y nadie se dará cuenta. Podemos ponerle algún refresco a mayores para que no se note demasiado el sabor y morirán todos. ¿Verdad que es una buena idea?
María la miró durante unos segundos. La estaba asustando. Entonces le hizo una pregunta. La respuesta determinaría si debería asustarse o no.
—¿Cómo conseguiste que tu madre te dejara venir?
—¡Oh! Fue muy fácil. Ella ya no puede hablar.
—¿Qué has hecho Alba?
—Alba ya no está, querida. Yo soy Sofía y si no me quieres ayudar no he venido sola desde el infierno me he traído unos cuantos amigos. ¡La fiesta acaba de empezar!
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