—Abuelo cuéntame una historia, por favor.
En los albores del tiempo, existía una antigua profecía. Era la profecía de la estirpe del dragón, un linaje mítico que se decía descendía de los mismos seres alados que custodiaban los tesoros más preciados.
—Papá, no le cuentes esas historia al niño que después no va dormir.
—Sigue abuelo, no le hagas caso a mamá, ya no soy un niño pequeño.
—Vale, vale, me rindo, sois tal para cual.
La madre salió de la habitación del pequeño y el abuelo continuó con la historia.
Los ancianos decían que un elegido surgiría de entre los mortales. Su sangre llevaría la esencia de los dragones, y su destino estaría entrelazado con el de estas criaturas legendarias. Se decía que este elegido poseería el poder de unir los reinos divididos y restaurar la armonía en un mundo al borde del caos.
Los siglos pasaron, y la profecía quedó relegada al olvido. Sin embargo, en una pequeña aldea al pie de las montañas, nació un niño con cabellos dorados y los ojos negros como el azabache. Desde muy pequeño tenía visiones de antiguos pergaminos y la sensación de que algo más grande lo aguardaba.
—¡Qué pasada! —dijo el niño.
—Pues ahí no queda la cosa, espera a que te cuente más.
A medida que crecía, su conexión con los dragones se hizo más fuerte. Los aldeanos lo miraban con asombro y temor, pues sabían que él era el elegido de la profecía.
Un día, el muchacho ascendió a la cima de la montaña más alta. Allí, pronunció el juramento de la estirpe del dragón. Prometió proteger a los inocentes, preservar la sabiduría de los ancestros y buscar la verdad detrás de la profecía.
En ese momento, las nubes se abrieron, y un dragón de escamas plateadas descendió del cielo. “Eres el elegido”, dijo. “Cumple la profecía y restaura la armonía en este mundo”.
Y así, se cumplió la profecía de la estirpe del dragón. El joven se convirtió en un puente entre dos mundos. Su historia se convirtió en leyenda.
—Que historia tan chula abuelo. Mañana me cuentas otra.
—Ahora a dormir, campeón.
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