Mateo y Luisa llevaban mucho tiempo viajando. Ella estaba muy enferma, no comía y se pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo. Ningún doctor se atrevía a darle un diagnóstico porque no sabían cuál era el mal de Luisa.
Cansados de andar de un lado a otro, decidieron volver a casa. Mateo le procuraría las mejores atenciones hasta que su mujer falleciera.
En la carretera, un hombre les hizo señas para que pararan el coche. Mateo se arrimó a una cuneta y bajó la ventanilla. El hombre, un señor muy delgado ya entrado en años, les indicó que en el siguiente pueblo encontraría a alguien que les podía ayudar y les dio el nombre de un sacerdote: Juan. Mateo le dio las gracias y siguieron su camino. Cuando llegaron al pueblo el hombre preguntó a varias personas por el padre Juan, nadie parecía o no quería parecer que sabían quién era. No decían nada. Entonces optó por buscar la iglesia. No fue difícil, el campanario se elevaba por encima de las casas.
Mateo encontró al padre Juan arrodillado ante el altar. Se quedó mirándolo. Le recordaba a alguien. Lo conocía. No le costó recordar de qué lo conocía. Era el hombre que había visto en la carretera y que les indicó este lugar como la salvación de su esposa.
Le explicó lo que le pasaba a su mujer, Luisa está poseída le indicó.
Mateo rompió a llorar mientras abrazaba a su querida esposa. El padre Juan les ofreció una habitación que tenía en la parte de atrás de la iglesia detrás del altar y junto a la suya así podía controlar mejor a Luisa cuando comenzara el proceso del exorcismo.
Al día siguiente la poca gente que pasaba por delante de la iglesia se vieron un cartel pegado en la puerta que rezaba: “Cierre temporal por vacaciones” No se extrañaron, no era la primera vez que lo veían.
Años atrás los vecinos le habían prendido fuego a la iglesia con el padre Juan dentro porque éste se portaba de manera extraña y todos llegaron a la conclusión de que el demonio se había apoderado de él.
Milagrosamente la iglesia seguía intacta y según algún valiente que pudo subirse a una de las ventanas les informó que tampoco había sufrido daños. Solo había algo que recalcar: la cruz sobre el altar estaba invertida y no había ninguna imágen de santo alguno dentro.
El demonio habitaba en ella y se había hecho con las almas aquella pobre pareja.