jueves, 16 de enero de 2025

LA MINA

 —¿Por qué tomamos este desvío, Pablo?

—Cariño, ¿has visto la flecha? 

—Sí, claro, ponía “Vieja mina” a dos kilómetros.

—Sara, hace muchos años, esa mina funcionaba a tope hasta que un fatídico día la mina se hundió y con ella cerca de 80 trabajadores.

—¡Madre mía eso es terrible!

—Sí. Pero lo mejor viene ahora, la gente se fue del pueblo porque por las noches escuchaban los lamentos de los mineros fallecidos  cuyos cuerpos nunca encontraron. Las madres y las esposas que habían perdido a sus hijos y sus esposos no podían soportar escuchar los gritos de ellos noche tras noche.

—Bueno…nos quedamos un ratito y nos vamos a mí esas cosas me dan mal rollo.

—No te preocupes no hace falta ni que bajes del coche, le echo un vistazo a la mina y nos vamos, prometido.

Pablo bajó del coche y subió a una pequeña colina tras la cual estaba la vieja mina. Sara mientras tanto en el coche trataba de sintonizar una cadena de la radio donde pusieran música, sin mucho éxito.

Aburrida, se apeó del coche, gritó el nombre de Pablo, pero su novio no le respondió, Caminó un poco y vio una pequeña casa casi en ruinas pero en mejor estado que todas las demás que había visto hasta ahora. Fuera al lado de la puerta había una mujer sentada y con un cuchillo tallaba figuras de madera.

Sara se acercó y la saludó. La mujer levantó la cabeza. Era muy muy mayor podía tener más de cien años. 

—Son muy bonitas —le dijo intentando ser amable aunque no había visto en su vida figuras de madera tan feas.

—¿Quieres una? son 10 euros.

Sara le entregó el billete. 

Pablo llegó corriendo y sudoroso pero muy contento por la excursión que había hecho y se puso a la par de su novia dándole un beso en la mejilla.

—¿No tardé tanto mi amor, verdad? 

En eso, de la casa, salió un hombre igual de mayor o más, si cabe, que la mujer, Le ofreció al joven que entrara prometiéndole el agua más fresca que jamás hubiera bebido.

Pablo entró tras él. Sara se quedó fuera con la mujer que le estaba contando la historia de la mina. La joven intentaba no parecer aburrida por la narración de la señora, pero tenía unas ganas enormes de que cogieran el coche y largarse de allí, aquel sitio no le gustaba lo más mínimo.

Se escuchó un ruido fuerte dentro de la casa. Sara entró gritando el nombre de Pablo. Lo vio tirado en el suelo de la cocina con un fuerte golpe en la cabeza del que emanaba mucha sangre.

Se tumbó a su lado. El joven todavía respiraba. Les gritó a la pareja de ancianos que llamaran a una ambulancia, pero lo único que consiguió fue que la agredieran a ella también.

Apto seguido llevaron a los jóvenes a la parte de atrás de la casa donde tenían un gran congelador industrial. Los jóvenes visitantes fueron ahorcados con cadenas. 

—Hermana, este invierno no pasaremos hambre.


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