Llevaba casi veinte años viviendo en un asentamiento cerca de Senegal, destinado a instruir a los soldados recién salidos de la academia. Sabía que aquel destino era el peor castigo que se le podía imponer a un hombre de su rango. Sabía perfectamente que había acabado allí por su exceso con la bebida y su gusto excesivo por las mujeres.
Pero su devaneo con el otro sexo terminó cuando conoció a Kenai, una mujer de una tribu cercana que le había calado en lo más hondo de su ser. Tuvo un hijo con ella, al cual lo veía bastante a menudo, siempre a escondidas porque ella era una mujer de color. Y era del todo mal visto que un hombre blanco de su poder tuviera un interés más allá del sexo por una mujer con ella. Su relación era un secreto a voces entre los vecinos de la mujer y su campamento. Aunque nadie se atrevió a reprocharle nada en ningún momento.
Una tarde recibió un telegrama. Lo reclamaban en Londres, para un asunto de vital interés. Se llevó consigo a un hombre de la aldea con el cual había entablado una gran amistad. Le explicó que para él era un amigo pero para sus superiores era un esclavo, su esclavo. Aunque le prometió que a su lado no le pasaría nada.
En Londres se llevó una sorpresa cuando sus superiores sabían lo de su relación con Kenai y la existencia de un hijo entre ellos.
Pero mayor fue la sorpresa cuando el muchacho entró en la sala. Lo habían golpeado y estaba semiinconsciente agarrado por los brazos por dos soldados para que no se cayera.
Le dijeron que aquella relación se había acabado.
Alguien abrió la puerta y otro soldado entró con la cabeza de su amada sobre una bandeja.
No se derrumbó. Permaneció impertérrito ante aquella macabra visión.
Las órdenes eran que tenía que llevar a su hijo junto a otros esclavos para su venta al amanecer, en la plaza de Trafalgar.
Su amigo que había logrado esconderse se reunió con él y juntos trazaron un plan.
Aquella noche el Mosaken, su amigo, comenzó a gritar y hacer ruido delante del palacio de justicia donde tenían encerrados en el sótano a los esclavos. El comandante entró vestido con una capa que le cubría la cabeza.
Liberó de sus cadenas a todos los hombres que había allí.
A su hijo le dio una bolsa de lona con ropa limpia y comida y les dijo que se fuera lo más lejos posible o al amanecer su vida se convertiría en un infierno.
Debido al estruendo un pelotón de soldados se presentó delante del palacio de justicia y comenzaron a disparar a diestro y siniestro a la gente que salía de allí. El comandante murió de tres disparos en la espalda, pero su hijo, su amigo y tres hombres más lograron escapar.
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