viernes, 14 de noviembre de 2025

LA NO HISTORIA. PARTE TRES. LA ESCRITORA.

 Llevaba meses encerrada en casa sin levantar apenas las persianas.

Vivía en una penumbra física y emocionalmente.

Siempre le pasaba en las mismas fechas. En el aniversario de la desaparición de su hija. su única hija. 

¿Sabes qué era lo peor de todo? que no sabía si estaba viva o muerta, simplemente desapareció. Se fue. Se esfumó.

Cuando denunció su desaparición, la policía se puso en marcha con todos los recursos que tenían a mano, porque según le dijeron, las cuarenta y ocho horas siguientes a la desaparición eran primordiales para encontrarla, ya que después. si la hubieran secuestrado o en el peor caso, asesinado, la posibilidad de encontrarlas se iban menguando con el paso del tiempo.

La interrogaron durante horas y horas, como si ella fuera la culpable. Lo único que les podía decir es que su hija no se había fugado de casa como ellos pretendían hacerla creer. Era mayor de edad sí, y podría hacerlo, pero ambas tenían una buena relación madre e hija. También sabía que nada le preocupaba a su pequeña en esa etapa de su vida, al contrario, estaba entusiasmada, feliz porque iba a estudiar lo que más le gustaba en este mundo, medicina y lo iba a hacer  a Londres.

La última vez que vio a su hija fue la noche anterior de su viaje. Habían hablado que era mejor que cogiera un taxi y que no la llevara ella al aeropuerto. Le dijo que no podría soportar verla allí de pie mientras ella hacía el embarque. Porque tal vez, daría la vuelta y volvería a casa con ella para que no se quedara sola. 

Esa noche la escritora se tomó un par de pastillas para dormir y cuando despertó se asomó a la ventana, todavía somnolienta, pudo ver al taxista y a su hermano ayudándole a meter las maletas de su hija en el maletero.

Su hija  ya se había metido en el coche y no pudo verla.

Cuando a lo largo del día no había tenido señales de ella se alertó y llamó a su hermano. El le dijo que ella había tomado ese avión que la llevaría a Londres.

Pasó otro día y aunque la llamaba al móvil éste estaba siempre apagado.

Decidió denunciar su desaparición.

Le habían dicho que las cuarenta y ocho horas siguientes eran primordiales para encontrarla.  

Había pasado un año y no había rastro de ella.

Mientras recordaba todo ello se puso unas mallas y una camiseta y salió a correr. Necesitaba sentir el aire en la cara. Necesitaba sentirse viva. Aunque sabía que hacía un año que su cuerpo y su mente estaban  derrotados, muertos.  Ya no era ella misma. Pero nunca había perdido la esperanza.

Había dejado de escribir. Se sentaba ante el portátil y no se le ocurría nada. Era frustrante, día tras día, semana tras semana, mes tras mes ver la pantalla en blanco en su portátil y no poder escribir ni una sola línea, ni una sola palabra. 

Su editora quería otro libro, sus lectores esperaban otra obra suya. No. Todavía no. Tenía que sanar por dentro primero y luego…. ya se vería.

Por eso tenía que correr, alejarse de todo por un momento, encontrarse a sí misma y a su musa que la había abandonado.

Antes de salir llamó a su hermano Tomás para avisarle de que no estaría en casa. Su hermano había sido su pilar durante este año. Siempre estaba con ella, intentando sacarla de ese pozo y que volviera a sonreír aunque sólo fuera un poco. Pasaba todos los días por su casa después del trabajo para ver como estaba. 

Decidió correr por el bosque. Aire puro para sus pulmones. Cogió una de las varias sendas que había y se puso a trotar.

A los pocos kilómetros vio a San su vecino de al lado. Iba caminando despacio y hablando consigo mismo como siempre hacía. Lo de su mujer lo había afectado mucho. La demencia era cruel y cuando tuvieron que ingresarla en una residencia aquello fue un duro golpe para él.  Ella se fijó que llevaba algo en la mano. Le pareció un paraguas. Pero algo le chocó. La puntera tenía forma de puñal. 

Lo saludó aun sabiendo que él no respondería al saludo. Nunca lo hacía, estaba totalmente enfrascado en la conversación que tenía consigo mismo.

Hizo sus diez kilómetros y regresó a casa.

Se duchó y decidió que iría hasta la ciudad. Hacía un año que se había mudado de allí al pueblo donde ahora vive. Pasaría el día allí. Recorrería las calles que tantas veces lo había hecho con su pequeña. E iría de compras. Sería una buena terapia. Al fin se enfrentaría al mundo.

Pero aquella decisión no surgió del día a la mañana. Tenía una necesidad imperiosa de hacerlo. Una necesidad fuerte que la arrastraba con ella desde hacía unos días. 

Sabía a ciencia cierta que tenía que ir a la ciudad por una razón. Pero no sabía cual. 

Sonrió mientras lo pensaba. Se arregló, cogió el coche y puso rumbo a Coruña.

Aparcó el coche en la calle San Andrés. 

Cuando se estaba bajando vio que en la acera de enfrente había una tienda de antigüedades.

Le entró la curiosidad. Cruzó la calle. En el escaparate había una máquina de escribir antigua. Le gustó nada más verla. Así que decidió entrar.

Un hombre, seguramente el dueño, pensó ella, la saludó cordialmente. Ella respondió al saludo sin mirarlo porque sus ojos estaban centrados  en aquella máquina de escribir del escaparate. Si se hubiera fijado más en él sabría que ya lo había visto antes.

-Mi querida escritora, veo que le interesa algo del escaparate.

-Sí -le respondió ella- si la máquina de escribir.

-Entiendo… -le dijo el hombre de manera misteriosa. 

-¿Me puede decir el precio? por favor-

Lo que a continuación le respondió el hombre la dejó atónita.

-Presiento que desde hace un tiempo tu creatividad literaria se ha esfumado, seguramente por un trauma que has vivido recientemente. Por eso lo menos que puedo hacer para ayudarte es regalársela.

-¡Muchas gracias! pero no puedo aceptarlo. Dígame cuánto vale y yo se lo pago.

-Olvídese del dinero querida. Quiero ayudarla. Se dice que para salir del bloqueo lo mejor es escribir sobre algo que conocemos. Y una parte ya está escrita en los folios que hay en esta carpeta que también es suya. 

Cuando lo miró directamente a los ojos vio sinceridad en ello. Sinceridad y otra cosa. Su cara se le hacía conocida.

Lo que no lograba recordar era que aquel era el taxista que había llevado a Tomás y a su hija al aeropuerto un año atrás.


Continuará….


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