sábado, 8 de noviembre de 2025

LA NO HISTORIA. PARTE DOS. TOMÁS

 Tomás un hombre grande, de casi dos metros de altura y ciento veinte kilos de peso acababa de aparcar el coche cuando vio salir a un hombre que le parecía conocido de una tienda en la acera de enfrente. Aquel hombre salió de allí  a paso acelerado, casi corriendo. Lo llamó a gritos por su nombre pero o bien San no lo escuchó o no quiso hacerlo.

La tienda era de antigüedades. Decidió acercarse hasta allí. Le preguntaría al dueño o al empleado que estuviera al frente del negocio si sabía que le había pasado a su amigo para que actuara de aquella manera.

Iba a abrir la puerta cuando por el rabillo del ojo vio algo que le llamó la atención. Era una pipa. Pero no era una pipa cualquiera, era LA PIPA. SU PIPA.

Nunca había fumado en pipa. Su adicción al tabaco venía de muchos años atrás y siempre lo había hecho con cigarrillos.

Una sensación de euforia lo envolvió, Aquella sensación hizo que se olvidara totalmente  del motivo por el que estaba en esa tienda. Entró. 

Necesitaba aquella pipa, pagaría lo que fuera por ella. Lo que fuera. Daría su alma al diablo si fuera necesario. No era nada del otro mundo aquella pipa, las había visto mejores, más elaboradas en algunos estancos de la ciudad. Era una pipa normal y corriente. De color negro. Eso sí pudo vislumbrar que tenía unas palabras escritas que no lograba leer a través del cristal del escaparate. 

Entró. 

Un hombre muy alto y con una espesa barba negra salpicada de canas estaba en la puerta. Parecía estar esperándolo. 

La tienda estaba vacía, salvo para ellos dos.

Le dio los buenos días y se hizo a un lado para que Tomás entrara.

Tomás le dijo a aquel hombre que le interesaba aquella pipa. 

El hombre se acercó al escaparate, la cogió y se la puso entre sus manos. Tomás la tomó con delicadeza como si fuera a romperse o esfumarse como por arte de magia. Sintió que una sensación de paz y tranquilidad lo envolvía y de pronto se sintió eufórico, con fuerza renovada. Con esa pipa sintió que podía hacer cualquier cosa. 

Se sintió invencible.

El dueño le preguntó si le interesaba aquella pipa. Tomás no dudó ni un segundo en responderle que sí.

Su sorpresa fue indescriptible cuando aquel hombre alto, calvo y con una gran barba, le dijo que era suya.

Tomás sin creérselo la miró detenidamente y pudo leer al fin la inscripción que tenía dicha pipa y que no pudo leer cuando estaba colocada en el escaparate. ALEA IACTA EST (la suerte está echada).

Sin dudarlo y por miedo de que el dueño cambiara de opinión le dio las gracias y salió corriendo de la tienda. Se paró a cuatro manzanas de allí y miró hacia atrás, el dueño no lo había seguido. Sabía que toda aquella película que se había montado en su cabeza eran paranoias suyas, sólo suyas, pero el mero hecho de que alguien le quitara aquella pipa lo volvía loco. 

Ahora estaba cómo sacar su coche aparcado frente a la tienda, la idea de que el dueño hubiera cambiado de idea. Así que esperó a que cerrara para coger su coche y salir pitando de allí.

Cuando el hombre estaba cerrando la puerta con llave se giró y clavó sus ojos sobre él. 

Tomás en un principio no lo reconoció. Su aspecto había cambiado a peor. Parecía un demonio, un monstruo. Allí donde habían estado sus ojos ahora se veían unas cuencas oscuras, negras, como la oscuridad más profunda.

Un autobús urbano se interpuso entre ellos. Ahí fue cuando Tomas salió del aparcamiento y salió pitando de allí quemando rueda. Durante todo  el trayecto a casa no cesaba mirar el retrovisor por si aquel hombre, aquel ser, lo seguía.


Continuará…






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