Cuenta la leyenda que desde tiempos inmemorables una profecía
enturbiaba la vida en el castillo de Clarón. Dicha profecía vaticinaba que el
rey sería asesinado por un hijo nacido con cabellos rubios como el sol. Así que
durante generaciones cada vez que la reina daba a luz un hijo varón todo el
reino rezaba para que sus cabellos fueran oscuros como la noche más tenebrosa.
Una mañana fría y lluviosa la reina Victoria se puso de
parto. El rey fue avisado de dicho acontecimiento. El ambiente del castillo se
volvió frenético. Avisaron a la comadrona y ésta en compañía de dos doncellas
se encerraron en los aposentos de la reina para traer al mundo a la criatura
que estaba a punto de nacer.
Los gritos de la reina retumbaban en las paredes de
piedra hasta que un silencio sepulcral indicó que el parto había llegado a su
fin.
El rey Walter se encaminó hacia los aposentos de su
esposa para ver a la criatura. La comadrona no le dejó entrar alegando que
tanto la reina como el bebé estaban muy débiles y que corrían peligro. El rey
le suplicó que no los dejara morir y que estaría esperando las buenas noticias.
Una de las doncellas salió de la habitación y volvió al cabo de un buen rato cargada
con un fardo de ropa limpia. Más tarde volvió a salir con un fardo de ropa
cubiertas de sangre. Entonces fue cuando por fin llamaron al rey y le dieron la
buena nueva de que tanto madre como hijo estaban bien.
Emocionado contempló a su primogénito. Un bebé con la
piel muy blanca y el pelo negro como el azabache. Pero su dicha duró poco. Un hombre
de su confianza le informó que una doncella había salido del castillo montada a
caballo llevando un fardo de ropa sucia con ella.
El rey dio la orden de interceptarla. La pararon a varios
kilómetros del castillo. Entre la ropa había un bebe recién nacido con el
cabello rubio. Pero los soldados del rey no lograron hacerse con el niño porque
un grupo de hombres salieron a su encuentro y los mataron.
La profecía convirtió al rey en asesino. Enterado de lo
que había pasado no le llevó mucho tiempo descubrir que el niño que estaba en
el lecho con su esposa no era suyo. El verdadero había desaparecido. Tenía que
matarlo o la profecía se cumpliría. Pero antes de salir a buscarlo acabó con la
vida de la reina, la comadrona y todos los que habían participado en aquella
mentira.
Sin embargo, nunca logró encontrar a aquel niño.
Años después el país vecino le declaró la guerra. El rey Walter sabía que sería una contienda
dura porque el ejército enemigo estaba dirigido por un joven inteligente,
fuerte y despiadado, de nombre Alberto, esposo de la hija del rey vecino.
La guerra duró meses hasta que el rey Walter fue herido
de muerte por aquel joven. Cuando miró a los ojos de su asesino, supo con
certeza que aquel joven de cabellera larga y rubia era su propio hijo. La
profecía se había cumplido.