miércoles, 9 de agosto de 2023

EL FIN

 


Habitación 232. Una enfermera situada en el umbral de la puerta observaba a los dos pacientes que estaban en ella. Su cara reflejaba pena y resignación a partes iguales.

Le preocupaba la joven, tumbada en la camilla que estaba más cerca de la puerta. Se debatía entre la vida y la muerte. Estaba enchufada a una máquina que la mantenía con vida. Un joven había permanecido a su lado desde que había llegado al hospital, tres días atrás. Se había quedado dormido con la cabeza apoyada sobre la cama agarrando la mano de la muchacha.

En el otro lado de la habitación, separados tan solo por una cortina blanca, un hombre mayor dormía plácidamente.

Se disponía a entrar en la habitación, cuando sintió un escalofrío recorriendo su espalda. Se detuvo. La temperatura había bajado considerablemente. Sabía lo que significaba aquello: la muerte estaba cerca.

-Hola Gladys –le saludó cordialmente una figura embozada en una túnica negra que apenas dejaba ver su rostro mientras se acercaba a ella.

-Hola –le respondió la enfermera- me imagino que no estás aquí por casualidad.

La entidad soltó una carcajada.

-Mi querida enfermera, parece mentira que a estas alturas no sepas que yo no hago nada por casualidad

Ella esbozó una triste sonrisa. Intenta hablar, pero la muerte se adelanta y le toma la palabra

- ¿Cuánto tiempo hace que nos conocemos?

Ella sabía de sobra la respuesta.

-Más de diez años -le respondió Gladys- Me da pena que ella…. Ya sabes…

La muerte hizo un ademán rápido con su huesuda mano, en señal de que ya sabía a lo que se refería.

-Lo sé. Pero ya sabes que la vida es un regalo y que yo apareceré cuando menos se espera.

-No es justo –le espetó ella, en un tono que distaba mucho de ser cordial.

-Lo sé, querida.

-Parece que no te importa –le reprochó la enfermera.

-Importe, o no, tengo que hacer mi trabajo –le dijo un poco enfadada la muerte por el atrevimiento de Gladys en juzgarla- así que es mejor que te apartes.

- ¿Sino que? –le desafió ella mirándole fijamente a la cara. Una calavera carente de ojos y de cualquier señal de vida.

La muerte lanzó una sonora carcajada que retumbó en todo el pasillo del hospital que a esas horas de la noche estaba desierto. Tenía agallas aquella mujer, pensó.

La enfermera se aportó.

La muerte no se movió.

Se escuchó un estruendo a lo lejos. La enfermera no había dejado de mirar los dos agujeros negros de aquella cara huesuda en ningún momento. Y atisbó un cambió en la cadavérica cara de aquel ser.

El suelo se tambaleó.

Algo había pasado. Algo no estaba bien. Una bomba había estallado.

—Sonreíste al estallar la bomba –le dijo Gladys- ¿por qué? ¿acaso sabías que iba a pasar?

La muerte sin dejar de sonreír le dijo:

—No estoy aquí por ella, ni por él – le respondió mientras señalaba a las dos personas acostadas en sendas camas de la segunda planta del hospital de Colmenado. –Estoy aquí por todos vosotros.

 

 

 

 

 

 

 

 


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