Estaban acorralados. La cueva en la que se habÃan metido no tenia más salidas. Fuera la gente del pueblo portando antorchas los estaban esperando, podÃan contar más de un centenar de antorchas. Aquello no pintaba nada bien para ellos.
El más alto de los tres sacó un libro de su alforja, estaba encuadernado con piel de cabra, parecÃa muy antiguo. Pasó varias hojas hasta llegar a la que estaba buscando. Leyó en voz alta en un idioma que no conocÃan. Cuando terminó su lectura, no tuvieron que esperar mucho tiempo, la tierra empezó a temblar.
Despertaron los hermanos de la destrucción, estaban delante de la cueva, eran dos, grandes como gigantes. Estaban envueltos en unas grandes capas negras con unas capuchas que les cubrÃa la cabeza. Sus manos eran garras, de sus ojos empezaron a salir serpientes que reptaban silbando hacia la gente que estaba allà fuera. En un abrir y cerrar de ojos, las antorchas fueron desapareciendo dejando tras de sà la oscuridad más profunda. No habÃa luna ni estrellas. Los tres se fueron acercando a la entrada de la cueva mientras la gente del pueblo huÃa. Estaban salvados.
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