sábado, 12 de diciembre de 2020

DESAPARICIONES

 



           Tras la pandemia que había azotado al mundo entero, comenzaron los problemas. Eran muchos y diversos, pero el más preocupante, si cabe, era el económico.

           Miles de familias se quedaron sin trabajo ya, no había ingresos, no podían comprar comida, los comedores sociales no daban abasto, era tal la cantidad de personas que acudían diariamente que la cosa se complicaba a pasos agigantados.

           Aquellas familias desesperadas tenían que hacer algo para no morirse de hambre. Las manifestaciones, motines y demás se hacían a diario pidiendo trabajo y comida para sus hijos.

            Pero las respuestas que esperaban nunca llegaban. Todo eran promesas y palabrería barata, que a esas alturas ya no convencían a nadie.

            Pero luego, de repente, la cosa se paró. La delincuencia empezó a bajar a pasos agigantados, ya no había robos, ni saqueadores, ni nadie moría en la calle por no dar el último trozo de pan que le quedaba.

              El inspector Gutiérrez de la policía, salió un día a pasear por la ciudad, parecía que ahora el mero hecho de dar una vuelta ya no era un peligro.

              Era por la mañana, hacia un día soleado y el verano ya empezaba a repuntar.

              Caminando por las calles, se dio cuenta de que la gente apenas salía, se veía poca concurrencia, muchos comercios cerrados, en otros todavía era visible lo que el vandalismo había hecho en ellos, cristales rotos, pintadas en las paredes y puertas…

              Pero le llamó la atención una cosa. En su paseo, que se prolongó hasta la hora de comer no había visto ni un solo perro ni ningún gato callejero.

              Después de comerse un perrito caliente en un puesto ambulante regresó a comisaria. Sobre su mesa había un montón de papeleo. En las últimas veinticuatro horas habían desaparecido tres hombres y dos mujeres sin dejar pista alguna de su paradero.

               Las desapariciones ocurrían en parques y en calles vacías siempre de noche.

               Sus hombres habían salido a investigar las desapariciones. Él se recostó en su silla y se puso a pensar.

               Le había pasado algo por la cabeza, que no le gustaba nada, pero siempre que tenía una corazonada de ese tipo siempre acertaba, aunque para ser sincero esta vez esperaba estar equivocado.

               Pasaban los días y las desapariciones iban en aumento, hombres y mujeres, de momento no había en la lista ningún niño.

                Un día cansado de no obtener ninguna respuesta a tanta pregunta decidió hacer un poco de trabajo de campo y salió al anochecer a dar una vuelta por la ciudad, esperando encontrar algo.

                 No había nadie por la calle, la gente tenía miedo y en cuanto se ponía el sol se quedaba en sus casas. Estaba cerca de la boca del metro cuando vio a dos tipos que llevaban un bulto enorme tapado con una manta bajando las escaleras. Se escondió entre las sombras para que no lo vieran. Luego los siguió silenciosamente a cierta distancia.

                Aquellas personas se metieron entre las vías del metro y desaparecieron. El inspector se asomó en el momento en que entraban en un agujero que había en una de las paredes del túnel que había escasos metros de donde estaba.

                Siguió avanzando esperando que las sombras fueran sus aliadas y no lo delatasen. Entró por aquel agujero en la pared del túnel, apenas había visibilidad, estaba muy oscuro, encendió la linterna de su móvil para orientarse y no chocar con nada que hiciera ruido y lo delatara.

                  Avanzó unos metros hasta que escuchó voces no muy lejos de donde estaba. Apagó la linterna y escuchó atentamente. Se estaban acercando. Se escondió detrás de una columna a tiempo de que no lo vieran.

                  -Tenemos que salir a buscar más comida, cada vez somos más para comer y no llega. Y ahora lo tenemos más difícil, la gente ya no sale por la noche a la calle. Tiene miedo.

                   El inspector se quedó helado, sus sospechas, por desgracia, eran ciertas. La gente que desaparecía se convertían en su comida.

                

                

 

               

 

 

 


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