Habían partido del puerto hacía unos tres meses, en busca de nuevas tierras que conquistar. Todos estaban contentos, la tripulación al completo cantaba y silbaba ilusionados y esperanzados por ver lo que el final del viaje les iba a deparar. Nuevas tierras, hermosas mujeres y aventuras que contar a sus nietos frente a una chimenea en las frías noches de invierno.
Pero llevaban mucho navegando y solo se veía agua y más agua, sin rastro de un trozo de tierra donde arribar el barco. El capitán estaba nervioso, temeroso de que las cartas de navegación que seguía no fueran las correctas, porque según ellas ya tendrían que haber llegado a alguna tierra hacía más de un mes. Los ánimos fueron decayendo, la comida iba escaseando, el agua potable también, la gente empezó a enfermar, los primeros síntomas fueron fuertes dolores de estómago seguido de fiebres altas, poco a poco, dia tras dia, fueron cayendo uno a uno, hasta que todos murieron.
Aries, la constelación, brillaba más que nunca esa noche. La observaba con su catalejo. Llevaba navegando sin rumbo mucho tiempo. Todos estaban muertos. El no se iría, el capitán no abandona nunca su barco desde el mismo momento que elevaban anclas.
El barco seguiría navegando eternamente buscando una tierra prometida que nunca llegarán a encontrar.
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