martes, 19 de enero de 2021

EL DOMINGO ES PARA IR A MISA

 


              Ya había comenzado el oficio religioso en la iglesia de San Miguel, situada en el pueblo de Talos. Una mujer joven estaba subiendo las escaleras que daban a la puerta de entrada, fuera se oían a los feligreses allí congregados, cantando un salmo, pero ella no aceleró el paso. Abrió la puerta y entró. En el momento en que puso un pie en la iglesia todos giraron la cabeza para mirarla, todos menos uno, Tomás, un octogenario medio sordo y medio ciego.

              El sacerdote que oficiaba la misa, levantó la mirada y la contempló por encima de las gafas de leer, sin poder disimular su desconcierto ante lo que estaban viendo sus viejos y cansados ojos.

             La joven, vestía una minifalda negra y una blusa blanca ajustada que llevaba abierta hasta el nacimiento de sus pechos. Tenía una larga melena pelirroja y sus caderas se contoneaban al andar, en parte, por sus altos zapatos de tacón. Caminó como si fuera una estrella de cine sobre una alfombra roja, por el pasillo de la iglesia, bajo la atenta mirada de los allí reunidos, hasta los asientos de delante. Los hombres se habían quedado sin palabras, boquiabiertos ante el contoneo de la mujer, las mujeres enfurruñadas murmuraban entre ellas y les daban codazos a sus maridos para que dejaran de mirar. Los niños, inocentes, preguntaban a sus mamás quien era aquella mujer.

             Se sentó al lado de un hombretón entrado en carnes, sesentón, dueño del único concesionario de coches que había en el pueblo, el señor Andrés García. El sacerdote carraspeó dando a entender de que el oficio tenía que continuar. El señor García estaba visiblemente nervioso ante los atributos que mostraba aquella mujer sentada a su lado, la falda se había subido al sentarse, mostrando más de lo que debería mostrar en una iglesia, pero aquello lejos de molestarle, le agradaba. Aquel domingo iba a ser diferente a todos los vividos en la iglesia hasta ese momento. Sonrió.

              Faltaban escasos cinco minutos para que terminara la misa, cuando la policía entró en la iglesia. Fuera se escuchaba mucho ruido, pero sólo entraron dos. Todos se sorprendieron y se asustaron al verlos, y pensaron que algo muy gordo tendría que haber pasado para que irrumpieran allí de aquella manera.

              Se encaminaron hacia donde estaba aquella joven sentada, le pidieron por favor que se levantara e hicieron lo mismo con el señor García, una vez en el pasillo de la iglesia, lo esposaron y le leyeron sus derechos, bajo la mirada incrédula de los presentes.  El hombre que se resistía a ser llevado a comisaria, quería saber por qué lo arrestaban. Por secuestro, le dijeron. Tenía a su mujer encerrada en el sótano de su casa, desde hacía años, presentaba un grave cuadro de desnutrición y deshidratación y estaba al borde de la locura. Todos quedaron asombrados, él les había dicho que su mujer se había ido con otro, que lo había abandonado.

                Durante la semana siguiente no hubo otra cosa más de que hablar que sobre lo que había pasado ese día en la iglesia. Hasta que llegó el siguiente domingo.

                El oficio ya había comenzado cuando una mujer joven subía las escaleras que conducían hasta la puerta de la iglesia. Fuera se escuchaban, a los feligreses allí congregados, cantar un salmo. La mujer entró. Todos giraron la cabeza y se hizo un silencio total. La joven llevaba un ceñido vestido rojo, que resaltaba el color rojizo de su melena. Caminó hasta los asientos del centro, contoneándose, en parte por los altos zapatos de tacón que llevaba. Se sentó al lado de Bruno Sanz, un adolescente, rubio, estrella del equipo de fútbol del instituto, con un gran futuro por delante, o quizá no.

                 Poco antes de terminar el oficio, dos agentes uniformados entraron en la iglesia, y se llevaban a Bruno detenido, lo habían cogido por sorpresa, no había dejado de mirar de soslayo, ni un solo momento, hacia aquella mujer tan atractiva que tenía a su lado, se pasó el oficio imaginando miles de maneras de hacerla suya. Delito cometido: una paliza brutal a su novia, que había tenido que ser hospitalizada y a consecuencia de ello había perdido al bebé que esperaba.

                El domingo siguiente, el oficio ya había comenzado cuando una mujer joven subía las escaleras que conducían hasta la puerta de la iglesia. Fuera se escuchaban a los feligreses allí congregados, cantar un salmo. La mujer entró, llevaba un vestido negro ceñido, y unos zapatos de tacón. Se quedó en los bancos de atrás, se sentó al lado de María Dávila, la directora del único banco que había en el pueblo. Ésta se sobresaltó cuando aquella mujer se sentó a su lado. Quería irse de allí, pero notaba una presión enorme sobre sus hombros que le hacían imposible levantarse. La policía también apareció aquel día para llevársela detenida. Delito: Malversación, fraude, tenía el coche fuera aparcado, con las maletas hechas en el maletero y un maletín lleno de dinero bajo el asiento del conductor.

                  La gente se asustó, y el miedo es muy mal compañero cuando no lo puedes controlar. Comenzaron a gritarle a la policía y a aquella joven misteriosa que nadie sabía quién era, ni de donde había salido, pero ya sabían que su presencia no traía nada bueno, y que si sentaba a tu lado lo mejor que podías hacer era empezar a rezar.

                  Alguien hizo un disparo, la bala, que indiscutiblemente era para ella, erró y le dio en la espalda a uno de los policías. El otro, llamó por la radio, a sus compañeros que estaban fuera, pidiendo refuerzos, mientras la gente se agachaba entre los bancos de la iglesia.

                Entró más policía, el de la pistola seguía disparando sin control, cobrando ya varias vidas, la iglesia se convirtió en un campo de batalla. La gente intentaba huir atropelladamente para salvar sus vidas, algunos murieron en la huida al ser pisoteados, el sacerdote intentó salir por la sacristía, pero no se libró de una bala perdida que le dio directamente en la cabeza, fulminándolo.

                Ese domingo fue el peor en la historia del pueblo de Talos Habían muerto más de 30 personas entre mujeres y hombres. Los niños milagrosamente se habían salvado todos. La mujer joven salió de la iglesia por su propio pie, caminando por el pasillo contoneándose, en parte por sus altos zapatos de tacón, sin un solo rasguño.

              

 

            

 

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