lunes, 18 de enero de 2021

EL ZOPILOTE

 

    El zopilote llevaba un rato volando sobre las colinas en busca de una presa fácil. Un hombre llevaba horas deambulando, desorientado, por aquellos pasajes. Había perdido sus zapatos, los pies le sangraban y tenía la ropa hecha jirones. Estaba exhausto, sediento, sabía que la muerte lo estaba acechando y pronto le daría caza. Llevaba días perdido, había sufrido un accidente con el coche que conducía. Un ciervo se había cruzado en su camino haciendo que se saliera de la carrera. El coche dio un par de vueltas de campana hasta quedar boca abajo en una zanja. Repuesto, a medias, del susto inicial y con una gran brecha en la frente de la que manaba mucha sangre, decidió pedir ayuda. Pero el móvil no funcionaba, no había cobertura. Estaba confuso, estuvo esperando horas a que pasara algún coche, pero no pasó nadie. Decidió caminar por la carretera hasta encontrar a alguien que le pudiera ayudar.  

     El día era soleado, sin una sola nube que lo enturbiara, hacía calor y nada de aire, haciendo que le costara respirar. Llevaba un rato caminando, le dolían los pies y no se escuchaba ningún ruido salvo el de sus pisadas y el de algún que otro pájaro y otros animales del bosque. Se había bebido ya una botella de agua que había encontrado en el coche y empezaba a tener sed de nuevo. Iba absorto en sus propios pensamientos cuando notó que se levantaba una brisa que fue incrementándose poco a poco, los árboles comenzaron a moverse, levantó la mirada al cielo por si se acercaba una tormenta, pero seguía igual azul y sin ninguna nube. Entonces escuchó un sonido, parecía un grito que le puso los pelos como escarpias, sonaba aterrador, maléfico. Entonces entre los árboles vio una figura que pasaba corriendo como una exhalación, no podía decir de que se trataba, parecía una persona, pero se movía demasiado deprisa para estar seguro de ello.  Le gritó, tal vez aquella fuera su única oportunidad de encontrar a alguien por aquel sitio y se notaba cansado, las piernas le flaqueaban, necesitaba comer algo y sobre todo beber, sentía la boca y la garganta secas. Pero por más que gritaba nadie le respondía. Tal vez fuera una alucinación, pensó el hombre. Pero entonces, como salido de la nada, vio a alguien parado en medio de la carretera a pocos metros de donde estaba. Era muy alto, calculó que mediría unos dos metros y delgado, muy delgado. Vestía una túnica con capucha de color blanco que le cubría la cabeza en su totalidad no dejándole ver la cara. Llevaba algo en la mano derecha, no llegaba a ver de qué se trataba, pero parecía un cayado. Y ahí empezó todo, sus sentidos se pusieron alerta, le decían que aquello que estaba viendo no era nada bueno, que tenía que huir para salvar su vida. Así que tras dudar unos segundos se adentró en el bosque, corriendo como nunca lo había hecho nunca.

      Llevaba horas huyendo, y cuando creía que ya había despistado a aquel ser, fuera lo que fuese, sentía su presencia. Sabía que no tenía escapatoria.

      Se cayó de bruces contra el suelo, en la caída la cabeza chocó contra una piedra. Sabía que aquel era su final. El zopilote lo estaba observando, el hombre, antes de perder el conocimiento, levantó la mirada, vio como aquel pájaro descendía y empezaba a dar vueltas sobre él. Una sombra lo cubrió por completo, el encapuchado había levantado el cayado en actitud amenazadora, sintió un dolor punzante en la cabeza, luego oscuridad.

 

 

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