El zopilote llevaba un
rato volando sobre las colinas en busca de una presa fácil. Un hombre llevaba
horas deambulando, desorientado, por aquellos pasajes. Había perdido sus
zapatos, los pies le sangraban y tenía la ropa hecha jirones. Estaba exhausto,
sediento, sabía que la muerte lo estaba acechando y pronto le daría caza.
Llevaba días perdido, había sufrido un accidente con el coche que conducía. Un
ciervo se había cruzado en su camino haciendo que se saliera de la carrera. El
coche dio un par de vueltas de campana hasta quedar boca abajo en una zanja.
Repuesto, a medias, del susto inicial y con una gran brecha en la frente de la
que manaba mucha sangre, decidió pedir ayuda. Pero el móvil no funcionaba, no había
cobertura. Estaba confuso, estuvo esperando horas a que pasara algún coche,
pero no pasó nadie. Decidió caminar por la carretera hasta encontrar a alguien
que le pudiera ayudar.
El día era soleado, sin
una sola nube que lo enturbiara, hacía calor y nada de aire, haciendo que le
costara respirar. Llevaba un rato caminando, le dolían los pies y no se
escuchaba ningún ruido salvo el de sus pisadas y el de algún que otro pájaro y
otros animales del bosque. Se había bebido ya una botella de agua que había
encontrado en el coche y empezaba a tener sed de nuevo. Iba absorto en sus
propios pensamientos cuando notó que se levantaba una brisa que fue
incrementándose poco a poco, los árboles comenzaron a moverse, levantó la
mirada al cielo por si se acercaba una tormenta, pero seguía igual azul y sin
ninguna nube. Entonces escuchó un sonido, parecía un grito que le puso los
pelos como escarpias, sonaba aterrador, maléfico. Entonces entre los árboles
vio una figura que pasaba corriendo como una exhalación, no podía decir de que
se trataba, parecía una persona, pero se movía demasiado deprisa para estar
seguro de ello. Le gritó, tal vez
aquella fuera su única oportunidad de encontrar a alguien por aquel sitio y se
notaba cansado, las piernas le flaqueaban, necesitaba comer algo y sobre todo
beber, sentía la boca y la garganta secas. Pero por más que gritaba nadie le
respondía. Tal vez fuera una alucinación, pensó el hombre. Pero entonces, como
salido de la nada, vio a alguien parado en medio de la carretera a pocos metros
de donde estaba. Era muy alto, calculó que mediría unos dos metros y delgado,
muy delgado. Vestía una túnica con capucha de color blanco que le cubría la
cabeza en su totalidad no dejándole ver la cara. Llevaba algo en la mano
derecha, no llegaba a ver de qué se trataba, pero parecía un cayado. Y ahí
empezó todo, sus sentidos se pusieron alerta, le decían que aquello que estaba
viendo no era nada bueno, que tenía que huir para salvar su vida. Así que tras
dudar unos segundos se adentró en el bosque, corriendo como nunca lo había
hecho nunca.
Llevaba horas huyendo, y
cuando creía que ya había despistado a aquel ser, fuera lo que fuese, sentía su
presencia. Sabía que no tenía escapatoria.
Se cayó de bruces contra
el suelo, en la caída la cabeza chocó contra una piedra. Sabía que aquel era su
final. El zopilote lo estaba observando, el hombre, antes de perder el
conocimiento, levantó la mirada, vio como aquel pájaro descendía y empezaba a
dar vueltas sobre él. Una sombra lo cubrió por completo, el encapuchado había
levantado el cayado en actitud amenazadora, sintió un dolor punzante en la
cabeza, luego oscuridad.
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