El mundo tal y como lo conocemos había llegado a su fin. La madre naturaleza cansada del maltrato infligido por parte de los hombres, durante siglos, se alzó con una furia descomunal sobre ellos.
Pocos fueron los que sobrevivieron y los que lo hicieron pensaban que tal vez la muerte fuera la mejor opción ante el caos y la devastación en la que estaban inmersos.
El planeta entero se sumergió bajo el agua, sólo se salvó un trozo de tierra en medio del océano, por algún motivo inexplicable, o tal vez fruto de una mente enfermiza, aquello se asemejaba al paraíso que nos mostraban los libros del catecismo: el Edén de Adán y Eva.
No faltaba nada, tenían agua potable, árboles, fruta y una tierra fértil para sembrar.
Se reunían a diario en la playa para charlar, recordar y planificar el futuro que tenían por delante. Un día, como cualquier otro, al atardecer, encendieron una hoguera mientras contemplaban la puesta de sol. Sólo por aquellas vistas la vida podría valer la pena y por un momento la angustia y la pena que llevaban en los corazones se esfumó.
Ante ellos emergió del mar una mujer, era muy hermosa, con el cabello largo y dorado como el sol, vestida con una túnica larga de color blanco. Las gaviotas volaban sobre su cabeza en circulo dibujando una corona, los delfines bailaban a su alrededor. Ella les sonrió. Esa sonrisa les cautivó y la miraron embelesados.
Aquella bella mujer les habló. Su voz era suave como la brisa marina y dulce como el mar. "No temáis, nada os pasará, soy una nueva era, el mundo comenzará de nuevo aquí, en estas tierras. Me llamo Esperanza y he venido para quedarme en vuestros corazones".
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