lunes, 8 de febrero de 2021

CARMEN

 



Carmen era una hechicera muy poderosa. Era joven y muy guapa, había nacido con aquel don, que había heredado de su madre y ésta de su abuela y así de generación en generación. La gente del pueblo acudía a ella para que le hiciera conjuros de lo más variopintos, buenas cosechas, curación de animales y personas, de amor, suerte, trabajo. Lo hacía por unas monedas o por algo de comida, cualquier cosa que le dieran a cambio, para ella siempre era bienvenido. La gente la respetaba y temía. Por donde ella pasaba se hacía un gran silencio, nadie se metía con ella, nadie la provocaba. Sabían de su poder, de lo que era capaz de hacer. Un día un apuesto joven se presentó en su casa. En el mismo instante que lo vio, quedó cautivada por sus encantos, era apuesto, con un gran don de palabras y una amabilidad inusual, nunca vista, un caballero de los pies a la cabeza. Ella se enamoró de inmediato. Pero a partir de aquel momento todo cambió en el pueblo. Empezaron a desaparecer niños de sus cunas, el pueblo entero estaba aterrado. Las madres lloraban, rotas de dolor, por sus hijos. Lo que desconocía aquella buena gente era que el oscuro había entrado en la vida de la hechicera. Ella le había vendido su alma a cambio de su amor. Sus hechizos eran ahora de sangre, malvados, para calmar la sed de su amado, que parecía no calmarse nunca. Siempre quería más y más y ella nunca se negaba.

 Una noche el pueblo entero apareció en su casa. Sabían que era la culpable de todo lo malo que ocurría últimamente en el pueblo y querían venganza. Habían preparado una hoguera donde la quemarían. Atada en aquel poste de madera, rodeada de leña, Carmen escuchaba el zurear de las palomas, y deseó ser una de ellas y volar libre, sin ataduras, y lloró por haber sido tan estúpida y hacer daño a las gentes del pueblo que tan bien la habían tratado siempre. Y se arrepintió de todo y su maltratado corazón esperaba que algún día les perdonara. Estaba anocheciendo. Si la gente del pueblo no estuviera tan ocupada en encender la hoguera y su sed de venganza no les hubiera nublado la vista, podrían haber escuchado los gritos de perdón de Carmen, y haber visto entre los árboles del bosque, que les rodeaba, unas figuras blancas.

La leña empezó a arder. El oscuro apareció de la nada, delante de la hoguera, la gente se iba apartando, quedando en círculo en torno a él. Reclamaba lo que era suyo, el alma de la joven que pronto seria consumida por las llamas. Aquellas figuras blancas del bosque comenzaron a caminar hacia la hoguera. Eran muchas, eran las almas de las hechiceras que habían sido quemadas en la hoguera a lo largo de la historia, mujeres y niñas condenadas por actos que no habían cometido, acusadas injustamente de utilizar su magia para hacer el mal. Querían ayudar a Carmen, que su alma pura no cayera en las manos del oscuro. La gente del pueblo no se movió, nadie hablaba, nadie hacia nada, porque nada podían hacer y lo sabían. Aquello estaba fuera de su control. Se fueron acercando, poco a poco, paso a paso, mientras el oscuro, ajeno a lo que estaba aconteciendo, clamaba lo que pensaba que le pertenecía. Llevaban algo entre sus brazos, eran bebés, los bebés que habían sido arrebatados a sus madres, y estaban con vida, aquello era un milagro. Rodearon a aquel demonio que lejos de atemorizarse las retó. No iba a asustarse por unas débiles mujeres. Su orgullo no le hizo ver que estaba solo frente a un ejército de almas en busca de venganza y cada vez eran más y más.

Los niños fueron entregados a sus madres, que los recogieron entre sus brazos entre sollozos y risas. Luego fueron a por él. Lo rodearon. Él notó que su fuerza iba disminuyendo, aquellas almas habían unido su poder, haciéndose muy poderosas. Finalmente, el oscuro se dio cuenta de su desventaja y como llegó desapareció, no sin antes jurar que se vengaría de cada una de ellas. Un juramento en vano, fruto de la presión y un orgullo herido. Apagaron el fuego y desataron el cuerpo sin vida de Carmen. Los habitantes del pueblo prometieron darle una digna sepultura en tierra sagrada. Sus pecados habían expiado. Las mujeres volvieron al bosque, pero ahora una más iba con ellas. Carmen las acompañaría para siempre, al fin era libre.


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