Tras preparar aquella escapada de fin de semana de manera casi milimétrica, para
no levantar las sospechas de su mujer, todo se fue al traste. Su cita había
cancelado el viaje citando textualmente, "motivos de trabajo" de los
cuales no le explicó mucho, salvo que era muy importante. Así que, tras pasar
una noche en el hotel solo decidió volver, la mañana del sábado, temprano a
casa. Estaba seguro de que su mujer se pondría muy contenta al verlo, además ya
tenía una excusa para justificar su regreso a casa antes de lo previsto. Pero
las cosas casi nunca suceden como uno espera. Lo había escuchado muchas veces,
pero aquel día lo viviría en primera persona.
Al llegar a su casa, vio un coche en
el camino de acceso, lo reconoció de inmediato, era el de su amante. La gran
pregunta era ¿Qué demonios hacía allí? Y otra igual de importante ¿por qué
estaba allí? Se sintió furioso y asustado. La primera idea que se le cruzó por
la cabeza fui la de irse de allí, lo más lejos posible. Pero él no era la clase
de persona que huye, él siempre afrontaba sus miedos y sus problemas, aunque
aquello sobrepasaba todo lo que había tenido que vivir hasta ahora. Su peor
pesadilla se estaba haciendo realidad. Despacio se encaminó hacia la puerta,
esperando que en cualquier momento salieran cosas volando en su dirección o su
mujer enfurecida abalanzándose sobre él con un cuchillo en la mano, llamándole
infiel y cosas peores. No sucedió nada de eso.
Entró en casa, había abierto la puerta con sus propias llaves. Escuchó
voces en el salón, reconoció dos de ellas, la de su mujer y la de su amante,
pero la tercera no. Escuchaba risas mientras se acercaba. Aquello no tenía ningún
sentido, ¿por qué se reían? Llegó hasta el salón, que era de donde provenían
las voces, tres cabezas se giraron para mirarle, eran dos mujeres y un hombre.
No entendía nada. Se levantaron, no mostraban signos de enfado hacia él. Ella
iba tomada de la mano de la otra mujer. Su amante se acercó y lo besó en los
labios. Había champán sobre la mesa y cuatro copas. Y una gran tarta de
chocolate, su preferida. Lo abrazaban y felicitaban, se había olvidado de que
era su cumpleaños. Lo habían dispuesto todo a sus espaldas. No sabía si
enfadarse o seguirles la corriente. Optó por lo segundo. Tras unas copas de
champán lo hablaron. Él era el único que no había visto lo que pasaba, tal vez
porque pensó que ella no lo entendería. Pero ahora, se dio cuenta de que su
mujer había pasado por lo mismo que él. Y no tuvieron la fuerza suficiente para
hablarlo por no hacerse daño. Se rieron, lloraron y fue la mejor fiesta de
cumpleaños de toda su vida. Al final, si los astros te acompañan, incluso las
historias de infidelidad, pueden tener un final feliz.
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