sábado, 13 de febrero de 2021

DELIRIOS

 



He salido a comprar, el supermercado queda a escasos metros de mi casa. Es temprano, me cruzo con un vagabundo por la calle, me mira de soslayo, lo miro y un escalofrío recorre mi cuerpo al ver la cara sucia y arrugada de aquel hombre, con unos ojos pequeños y hundidos, empujaba un carrito, parecía pesar mucho, por el esfuerzo que hacía. ¿Y si había matado a alguien y lo llevaba allí, tapado con aquellos cartones y mantas viejas? Acelero el paso y miro de vez en cuando hacia atrás por si me sigue. No lo hace. El supermercado está abierto, pero las estanterías están casi vacías, hay escasez de casi todo. Cojo lo que necesito y me voy.  Le epidemia que vivimos ha mermado los suministros básicos, tienen problemas en la distribución, la gente se muere y falta personal. La población ha mermado en un setenta por ciento. A este paso los que todavía seguimos vivos, nos moriremos de inanición. Regreso a mi casa, no es seguro estar en las calles, hay saqueadores por todas partes que te matarían por un trozo de pan.

De momento tengo comida para varios días, eso, estirándola. Luego la cosa se va a poner muy fea, como esto no mejore, y no creo que lo haga. En las noticias han dicho que la falta de alimentos y productos básicos es generalizada. Y a este ritmo llegarán a desaparecer.

Trabajo en una tienda de decoración, mejor dicho, trabajaba, porque con todo lo acontecido ya nadie quiere redecorar su casa. Ya no se venden cuadros, ni lámparas y mucho menos figuras decorativas con precios exorbitados. Ahora son otras las prioridades y las más importante y casi diría que única, es la de la comida. Los pocos vecinos que quedan en mi barrio casi no salen de casa, vivimos en una urbanización que es más o menos segura. De momento no se dieron saqueos en las casas. Pero el barrio está muerto, ya nadie pasea, ni se ven niños en el parque, ni personas paseando sus mascotas, por ver no se ven ni perros, gatos, ni ningún otro animal. He oído en las noticias que hay un montón de gente desaparecida. No saben quién los lleva, ni a donde, lo único que se sabe es que no vuelven a ver. Esta noche he visto a una persona encapuchada por la calle, parecía que buscaba algo, me dio mala espina, pero no hice nada. Tengo miedo. Esta noche volveré a vigilar desde la ventana por si veo algo. Vivo sola, a mi marido y a mi hija se los ha llevado el virus y a veces, casi siempre para ser sincera, me culpo por seguir viva. Más de una vez pensé en suicidarme, creo que estaría mejor muerta y enterrada con ellos, que seguir como estoy, muerta en vida. Luchando cada día por sobrevivir. Los hospitales están faltos de personal, han muerto la mayoría de los médicos y enfermeras, y los que quedan están agotados y desmoralizados, porque son incapaces de parar este virus que nos asola. Los infectados siguen creciendo día a día. Sólo hay que ver lo que dicen en la televisión.

Ya es de noche estoy en la ventana, he visto al tipo de la noche anterior, voy a seguirlo, sé que es una locura. Lo hago guardando una distancia prudencial, llevamos un rato caminando, creo que no se dio cuenta de que estoy tras él. Gira a la izquierda y se mete en un callejón. Lo sigo.  Está muy sucio, hay contenedores de basura por todos los lados. El hombre abre una puerta que hay al fondo y entra. Sigo andando, llego hasta allí, y lo sigo hasta el interior. Alguien me agarra por el cuello. Me han descubierto. Pierdo el conocimiento, seguramente por el golpe que me han dado en la cabeza. Al volver en mí, hay un tipo mirándome fijamente. Me ayuda a levantarme.

Ya estoy en casa. Esta noche volveré a salir, sé lo que tengo que hacer. Me lo han dejado muy claro. Veo una joven con una caja de cartón en la mano, va corriendo, yo estoy rezagada tras un seto que hay delante de mi casa, la observo. Aporrea con fuerza la puerta de mi vecina de enfrente, deja la caja en el suelo y se va. Mientras la joven llegaba a la puerta yo me fui moviendo con sigilo, cruzando la calle, al amparo de las sombras. Llego a la casa. Agachada llego hasta la puerta de la casa y me coloco en un lateral de la puerta, esperando que mi vecina  la abra. Le di una pequeña patada a la caja, era pesada, esperaba que allí dentro hubiera lo que tanto deseábamos todos. Saqué el cuchillo que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón. Mi vecina abrió y me abalancé sobre ella, se lo clavé en la garganta cuando un grito de terror empezaba a salir de su garganta. Silbé tres veces y unas sombras se fueron acercando a mi encuentro. Dos de ellas metieron el cuerpo sin vida en una furgoneta aparcada muy cerca de donde estábamos. Miré lo que contenía la caja, lo que me imaginaba, era comida. Sonreí. Teníamos aquel cuerpo y el contenido de la caja, no nos moriríamos de hambre, de momento.

La policía me ha traído hasta este sitio, no me puedo mover, llevo puesta una camisa de fuerza, como esas que le ponen a la gente que está loca. No sé porque me la pusieron, no estoy loca. Dicen que es por mi bien, que estoy nerviosa. Les dije que había matado a mi vecina para no morirme de hambre, que ellos también tenían que hacerlo. Creen que sufro delirios y que me lo estoy inventando todo. No hay comida, el mundo ha llegado a su fin, es la ley de la supervivencia. ¿Acaso no ven las noticias? ¿Quién es el loco aquí?

 


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