domingo, 14 de febrero de 2021

SAN VALENTIN

 


- ¡Mamá, mamá! Los gritos de mi hija desde el salón me despertaron. Me levanté de golpe esperando que no le estuviera sucediendo nada malo. Bajé, escuché el televisor y fui hasta allí para averiguar cuál era la urgencia. “Mira lo que dicen en las noticias” me estaba diciendo, pero yo ya no la escuchaba. Me senté en el sofá porque las piernas me empezaron a temblar. Recuerdos que intenté olvidar durante años estaban aflorando. En el televisor estaba la foto del hombre que había marcado mi vida para siempre. “Hoy, 14 de febrero, después de permanecer en la cárcel por más de treinta años, diez de los cuales, en el corredor de la muerte, fue ejecutado en la silla eléctrica el asesino en serie apodado “El Don Juan”

Oí el timbre de la puerta, sonaba muy lejano. Al cabo de un rato dos policías entraron en el salón. Me saludaron cordialmente y se disculparon por las molestias. Uno de ellos se acercó y me tendió algo que llevaba en la mano, parecía una carta. Lo miré con incredulidad. La habían encontrado entre las pertenencias del hombre que habían ejecutado. En el sobre ponía “entregar a mi muerte”. Vi mi nombre en él. La abrí con manos temblorosas, dentro había una hoja de papel, en ella había escrita una sola frase “siempre fuiste tú”. No pude evitarlo, me eché a llorar. La había escrito en 1983.

Ese año, yo era una adolescente, extrovertida y con toda la vida por delante. Cursaba el primer año de universidad. Allí conocía a aquel chico. Era guapo, amable y la estrella del equipo de fútbol. Las chicas revoloteaban a su alrededor como moscas. No sé cómo, ni por qué se interesó en mí.

Durante años una serie de desapariciones de chicas en la ciudad, todas adolescentes, tenía a la gente atemorizada. La policía investigaba los casos, pero hasta el momento no sabían nada de su paradero, ni si estaban vivas o muertas. Se empezó a barajar la idea de que tal vez se hubieran ido voluntariamente y no querían ser descubiertas por sus familias. En los últimos tres años habían desaparecido unas diez chicas.

Empecé a salir con aquel chico. Mis padres no estaban muy contentos con que me echara novio tan pronto, pero respetaron mis deseos. Era su último año de carrera y le habían ofrecido un trabajo en un bufete de abogados. Era brillante, el primero de su promoción y tenía un gran futuro por delante. Hacíamos muchos planes, me decía que me quería, que se había enamorado de mí, aquellas palabras eran música celestial para mis oídos, yo estaba perdidamente enamorada de él.

El día de san Valentín, tenía una sorpresa, iríamos a una cabaña en el bosque que era propiedad de la familia. Yo nunca había estado allí, ni sabía que existía, no me pareció raro que no me lo hubiera dicho, tampoco le di muchas vueltas al tema. No tenía motivos para desconfiar de él.  No me negué y allá fuimos. No quedaba lejos, el sitio era idílico, la cabaña estaba situada al pie de un lago, había un pequeño bote. Remó hasta que estuvimos en el medio, allí se arrodilló y me pidió matrimonio, mostrándome un anillo precioso, el más bonito que había visto en toda mi vida. Le dije que sí.

Entrada la noche me despertaron unos ruidos que venían de fuera de la casa. Me dolía la cabeza y sentía las piernas pesadas. Aun así, me incorporé y salí de la cama. No estaba a mi lado. Grité su nombre, pero no obtuve respuesta. Salí al exterior y lo vi alejándose hacia el lago. Empujaba una carretilla, por el esfuerzo que hacia parecía que llevaba algo pesado en ella.

Lo llamé, pero parecía no oírme, corrí tras él, al escuchar mis pasos se paró y me miró, parecía enfadado. Me regañó por haberme levantado, y me pidió que volviera a la cama. Pero ya era tarde, un rápido vistazo a la carretilla sirvió para darme cuenta de que llevaba un cuerpo tapado con una lona, una mano asomaba fuera y parecía la de una chica, porque las uñas las llevaba pintadas de un color rojo intenso. Me puse nerviosa y le pregunté quién era esa chica y a dónde la llevaba. Que habría que llamar a la policía y llevarla al hospital. El me agarró con fuerza y me tapó la boca para que no gritara. Entonces supe que mi vida corría peligro. Aquel hombre que me estaba agarrando no era el hombre del que me había enamorado. Era otra persona. Le mordí la mano con la que me tapaba la boca y eché a correr hacia el bosque. Estuve mucho tiempo corriendo, me dolían los pies y me sangraban, en la carrera había perdido las zapatillas. El pijama estaba roto y sucio por las veces que me había caído en mi alocada carrera. Oía sus gritos detrás de mí, pidiéndome que parara, que no me iba a hacer daño. Entonces todo empezó a tomar sentido, las chicas desaparecidas, la cabaña…. Él las secuestraba y las mataba. Y si no encontraba pronto a alguien también me mataría a mí. Había descubierto lo que hacía. Seguí corriendo hasta que llegué a una carretera. Era de madrugada y recé con todas mis fuerzas para que algún coche pasara por allí. Sabía que sólo un milagro me salvaría. Pero aquel día tuve la suerte de cara y apareció un coche de la forestal que estaban haciendo su ronda. Me puse en medio de la carretera y les hice señas con los brazos. Gracias a dios que pararon, bajaron del coche y se acercaron a mí.

Luego en el hospital me enteré de que las chicas que secuestraba las llevaba hasta aquella cabaña, las violaba, las estrangulaba y luego las tiraba al lago. Habían encontrado los cuerpos de las chicas desaparecidas allí. El apodo de “El Don Juan” fue idea de un periodista, al ser detenido en San Valentín.

 

 


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