El ocaso, se cernía sobre la playa. Después de
toda una vida dedicada a la investigación de otras civilizaciones en el
universo, me habían jubilado forzosamente. Decían que me había vuelto loco.
Dudaban de mis ideas, de mis descubrimientos y aunque les había mostrado mis
pruebas una y otra vez, seguían sin creerme. Me dolía que pusieran en tela de
juicio mi salud mental, incluso más que no creyeran los hechos que les
mostraba. Pero, ahora allí sentado sobre la arena, viendo aquella magnífica
puesta de sol, ni siquiera me importaba que me hubieran tachado de loco. Una
nueva vida se presentaba ante mí, una nueva vida llena de nuevos proyectos y un
aprendizaje sin fin. Me la habían ofrecido y la había aceptado. Alguien creía
en mi, alguien me daba otra oportunidad, alguien todavia estaba interesado en
mostrarme la verdad de mis teorías y muchas más que ni habría imaginado en un
millón de años. El encuentro sucedería en escasos minutos. Estaba nervioso, lo
nuevo nos asusta, pero también nos atrae y llena de esperanza. A lo lejos
divisé unas luces en el cielo, supe que eran ellos. Se pararon encima de mi
cabeza, sin hacer ruido, como una aparición, casi podía tocar con la mano
aquella nave enorme, llena de misterios por descubrir. Era la hora. Me levanté,
sacudí la arena de mis ropas y me encaminé hacia la orilla. Un haz de luz me envolvió,
me elevé del suelo, flotaba, la gravedad que por tanto tiempo me había atado a
la tierra, ya no existía. Me embriagó una sensación de libertad como nunca
había sentido. Cerré los ojos y me dejé llevar. No sabía cuál sería mi destino,
me daba igual a donde me llevaran, a galaxias lejanas o a otras más cercanas,
tal vez a Venus, Marte, Saturno o Júpiter.
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