viernes, 12 de marzo de 2021

AMOR ETERNO

 


 

Hora de sembrar el trigo. Para ese otoño se preveían grandes lluvias. El hombre estaba haciendo la siembra en un terreno muy cerca de la casa, donde su mujer, estaba preparando la comida. En el salón había una fotografía enmarcada, donde se veía a un joven rodeado de pingüinos, era el hijo del matrimonio, en las vacaciones del año anterior. Se le veía feliz, disfrutando de aquella aventura. El hombre regresó de su trabajo en el campo, se le veía cansado. Se quitó las botas en la entrada de la casa y se dirigió a la cocina donde le esperaba un gran plato de guiso en la mesa. En el televisor, uno pequeño, que habían puesto en la cocina a petición de la mujer, se veía a un joven haciendo malabarismo con unas pelotas pequeñas de color rojo, mientras montaba en un monociclo. Al finalizar de comer, decidió echarse una siesta, por la tarde si tenía fuerzas, cortaría algo de leña para el invierno. Pero eso sería más tarde, ahora necesitaba descansar un poco su dolorida espalda. Y luego, tal vez, entrada la noche, echaría una partida de dominó con su esposa, sabía que ella adoraba esos momentos que pasaban juntos y él haría cualquier cosa por ella con tal de verla feliz. Se metió en la cama, cerró los ojos y esperó a que el sueño se adueñara de él. Al cabo de un rato se dio cuenta de que no se dormiría. Echaba la culpa a su espalda dolorida pero no quería reconocer que era otra cosa lo que le rondaba por la cabeza y no le dejaba descansar. Se había levantado con una sensación extraña en el cuerpo, que le provocaba nerviosismo y malestar, era un presentimiento. No creía en esas cosas, ni nunca había tenido uno. Dejó volar su cabeza y sus pensamientos le llevaron al día en que conoció a aquella chiquilla tan guapa y encantadora, que llevaba un par de quesos a la feria para venderlos. Él iba ufano en su flamante motocicleta que se había comprado recientemente. Fue amor a primera vista, sabía que aquella jovencita sería su mujer y que cada día que estuviera con ella, viviría para hacerla feliz. Se casaron. El día de la boda, sus amigos hicieron un campamento junto al río y celebraron un partido de rugby. Fue el mejor día de la vida de ambos. Arropados por familiares y amigos que los querían, comenzarían a caminar juntos por el sendero de la felicidad. Se abrieron muchas botellas de champán, los corchos volaban por todas partes, entre risas y aplausos de los asistentes. Un fuerte ruido lo sacó de sus recuerdos. Sonó en la parte de abajo, tal vez en la cocina. Se levantó de un salto, obviando su dolor de espalda y corrió lo que sus viejas y cansadas piernas le permitieron, hasta llegar a la planta de abajo. Sobre el frío suelo de baldosas yacía su amada esposa. Todo hacía indicar que había resbalado. El suelo estaba mojado. Se acercó a ella, mientras unas lágrimas afloraban a sus ojos. Le tomó el pulso y vio que no tenía. Un gran charco de sangre se estaba formando debajo de su cabeza. Estuvo mucho tiempo tendido sobre ella llorando, mientras le cubría la cara de besos y le decía, le suplicaba que no lo dejara solo, que no podría vivir sin ella. El murió pocos días después, era tal la pena que le embargaba el corazón que se dejó llevar. Murió de amor. Al vivir en una granja bastante apartada del pueblo, los vecinos no se enteraron, a veces tardaban días en verlos, bajaban uno o dos veces al mes al pueblo para hacer las compras y luego no se les volvía a ver en varias semanas. Pero su hijo sí se preocupó. Había llamado varias veces a la casa sin recibir respuesta. No era normal en su madre, que siempre estaba pendiente de una llamada suya y descolgaba casi al primer tono. Así que fue hasta allí. Vivía a dos horas de viaje. Cuando llegó se llevó una gran sorpresa al no encontrar a nadie. La casa parecía vacía. Los llamó, pero no recibió respuesta. Subió al piso de arriba y fue directo a la habitación de sus padres. Su padre yacía en la cama, se le veía muy delgado y demacrado. Estaba frío y los signos de descomposición eran evidentes en su cuerpo. Sin embargo, la habitación olía muy mal y ese olor no provenía del cuerpo de su padre porque dedujo que no llevaría más de un día muerto. Entonces, ¿de dónde provenía? Llamó a la policía y éstos llegaron seguidos por una ambulancia. Levantaron el cuerpo de su padre y lo metieron dentro de una bolsa negra, de esas que se utilizan paras los cadáveres y se lo llevaron. El hijo que estaba en la habitación con dos policías, mientras los sanitarios se hacían cargo de su padre, se fijó en algo que había en el colchón. Se acercó. Notó que no estaba uniforme, el lado derecho sobresalía un poco. Levantó la sábana bajera y vio que estaba roto, rajado por la mitad con un cuchillo o algo punzante.  Los policías, que lo estuvieron observando le dijeron que no siguiera, que ya lo hacían ellos. Y así fue. Quitaron la sábana y lo que encontraron allí no lo olvidarían mientras les quedara un halo de vida. El anciano había rajado el colchón paras luego vaciarlo y dentro había metido a su difunta esposa. De ahí el olor a podrido de la habitación. Se habían jurado que estarían juntos incluso cuando la muerte los sorprendiese. Cumplió su promesa.


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