Hora de sembrar el trigo. Para
ese otoño se preveían grandes
lluvias. El hombre estaba haciendo la siembra en un terreno muy cerca de la
casa, donde su mujer, estaba preparando la comida. En el salón había una
fotografía enmarcada, donde se veía a un joven rodeado de pingüinos, era el hijo del matrimonio, en las vacaciones del año
anterior. Se le veía feliz, disfrutando de aquella aventura. El hombre regresó
de su trabajo en el campo, se le veía cansado. Se quitó las botas en la entrada
de la casa y se dirigió a la cocina donde le esperaba un gran plato de guiso en
la mesa. En el televisor, uno pequeño, que habían puesto en la cocina a
petición de la mujer, se veía a un joven haciendo malabarismo con unas pelotas
pequeñas de color rojo, mientras montaba en un monociclo. Al finalizar de comer, decidió echarse una siesta, por
la tarde si tenía fuerzas, cortaría algo de leña para el invierno. Pero eso
sería más tarde, ahora necesitaba descansar un poco su dolorida espalda. Y luego,
tal vez, entrada la noche, echaría una partida de dominó con su esposa, sabía que ella adoraba esos momentos que
pasaban juntos y él haría cualquier cosa por ella con tal de verla feliz. Se
metió en la cama, cerró los ojos y esperó a que el sueño se adueñara de él. Al
cabo de un rato se dio cuenta de que no se dormiría. Echaba la culpa a su
espalda dolorida pero no quería reconocer que era otra cosa lo que le rondaba
por la cabeza y no le dejaba descansar. Se había levantado con una sensación
extraña en el cuerpo, que le provocaba nerviosismo y malestar, era un
presentimiento. No creía en esas cosas, ni nunca había tenido uno. Dejó volar
su cabeza y sus pensamientos le llevaron al día en que conoció a aquella
chiquilla tan guapa y encantadora, que llevaba un par de quesos a la feria para venderlos. Él iba ufano en su flamante motocicleta que se había comprado
recientemente. Fue amor a primera vista, sabía que aquella jovencita sería su mujer
y que cada día que estuviera con ella, viviría para hacerla feliz. Se casaron.
El día de la boda, sus amigos hicieron un campamento
junto al río y celebraron un partido de rugby.
Fue el mejor día de la vida de ambos. Arropados por familiares y amigos que
los querían, comenzarían a caminar juntos por el sendero de la felicidad. Se
abrieron muchas botellas de champán, los corchos
volaban por todas partes, entre risas y aplausos de los asistentes. Un
fuerte ruido lo sacó de sus recuerdos. Sonó en la parte de abajo, tal vez en la
cocina. Se levantó de un salto, obviando su dolor de espalda y corrió lo que
sus viejas y cansadas piernas le permitieron, hasta llegar a la planta de
abajo. Sobre el frío suelo de baldosas yacía su amada esposa. Todo hacía indicar
que había resbalado. El suelo estaba mojado. Se acercó a ella, mientras unas
lágrimas afloraban a sus ojos. Le tomó el pulso y vio que no tenía. Un gran
charco de sangre se estaba formando debajo de su cabeza. Estuvo mucho tiempo
tendido sobre ella llorando, mientras le cubría la cara de besos y le decía, le
suplicaba que no lo dejara solo, que no podría vivir sin ella. El murió pocos
días después, era tal la pena que le embargaba el corazón que se dejó llevar.
Murió de amor. Al vivir en una granja bastante apartada del pueblo, los vecinos
no se enteraron, a veces tardaban días en verlos, bajaban uno o dos veces al
mes al pueblo para hacer las compras y luego no se les volvía a ver en varias
semanas. Pero su hijo sí se preocupó. Había llamado varias veces a la casa sin
recibir respuesta. No era normal en su madre, que siempre estaba pendiente de
una llamada suya y descolgaba casi al primer tono. Así que fue hasta allí.
Vivía a dos horas de viaje. Cuando llegó se llevó una gran sorpresa al no
encontrar a nadie. La casa parecía vacía. Los llamó, pero no recibió respuesta.
Subió al piso de arriba y fue directo a la habitación de sus padres. Su padre yacía
en la cama, se le veía muy delgado y demacrado. Estaba frío y los signos de
descomposición eran evidentes en su cuerpo. Sin embargo, la habitación olía muy
mal y ese olor no provenía del cuerpo de su padre porque dedujo que no llevaría
más de un día muerto. Entonces, ¿de dónde provenía? Llamó a la policía y éstos
llegaron seguidos por una ambulancia. Levantaron el cuerpo de su padre y lo
metieron dentro de una bolsa negra, de esas que se utilizan paras los cadáveres
y se lo llevaron. El hijo que estaba en la habitación con dos policías,
mientras los sanitarios se hacían cargo de su padre, se fijó en algo que había en
el colchón. Se acercó. Notó que no estaba uniforme, el lado derecho sobresalía
un poco. Levantó la sábana bajera y vio que estaba roto, rajado por la mitad
con un cuchillo o algo punzante. Los
policías, que lo estuvieron observando le dijeron que no siguiera, que ya lo
hacían ellos. Y así fue. Quitaron la sábana y lo que encontraron allí no lo
olvidarían mientras les quedara un halo de vida. El anciano había rajado el
colchón paras luego vaciarlo y dentro había metido a su difunta esposa. De ahí
el olor a podrido de la habitación. Se habían jurado que estarían juntos
incluso cuando la muerte los sorprendiese. Cumplió su promesa.
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