Un día como hoy de hace diez años, Antonio era feliz, era el día de su boda. Se celebraría en la
enorme casa de campo que tenían los padres de su novia Clara. Después de una
semana de lluvias intensas y fuertes vientos, ese día amaneció soleado, luminoso,
como un ave Fénix resurgiendo de sus
cenizas. El tiempo desapacible dio
paso a un día radiante en consonancia con el ánimo de los presentes. Pero a día
de hoy su recuerdo, no tiene nada de feliz. Año tras año deseaba con todas sus
fuerzas que no apareciera en el calendario.
Para mantener la mente ocupada y no pensar, sintonizó la
televisión en un canal que emitían todas las mañanas, para hacer deporte desde casa.
Hoy las flexiones eran las protagonistas
y el verbo sudar, en todas sus
conjugaciones parecía el favorito de aquel tipo musculoso que aparecía en
pantalla. El susodicho tenía un lema “como un guerrero tenemos que luchar contra la grasa”. Pero, aunque lo intentaba
con todas sus fuerzas, el día que era no se iba de su cabeza.
A veces pensaba
que lo sucedido había sido parte de un complot en contra de ellos dos. Conspiradores que no querían verlos
juntos, tal vez pensando que él iba detrás del dinero del padre de su novia. No
sabían que realmente estaban enamorados.
Había una chica algo siniestra, llena de tatuajes y
piercings, vestía de negro y parecía que siempre estaba enfadada. A él nunca le
había caído bien, pero estaba presente porque era parte de la familia de Clara,
aunque ella le confesó, tiempo atrás, que no la aguantaba, de hecho, eran enemigas acérrimas desde pequeñas, su
novia le había quitado el novio a aquella muchacha. Nunca se lo perdonó y
siempre que podía le hacía la vida imposible. Y si…. Desechó la cabeza. No
tenía sentido volver atrás y recordar hechos que la policía ya había dado por
aclarados. Caso cerrado.
En la habitación hacía mucho calor, a pesar de que las ventanas
estaban abiertas y había puesto el ventilador.
Apagó la televisión, ya se había cansado de verle la cara a aquel tipo y estaba
cansado de hacer flexiones. Se iba a dar una ducha cuando llamaron a la puerta.
En el umbral, un empleado de correos tenía una carta para él. La cogió, le dio
las gracias y cerró la puerta. No había remitente en el sobre. La abrió. Leyó
lo que ponía: “en el desván hay un baúl”
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