Colocó el trípode
a una distancia prudencial, desde la cual, una vez colocado el telescopio
tendría una perspectiva completa del lugar. Estaba en la azotea de una casa,
situada en lo alto de la colina. Desde allí la vista del pueblo era
impresionante. Vería aquello que, alguna gente, que lo había visto, lo
describía como un demonio, un ser envuelto en llamas. Miró el reloj, las tres
de la madrugada, la hora en que todos coincidían que se podían ver. Se puso en
alerta. Nadie había sido muy específico en el lugar exacto donde los veían.
Decían que eran varios y aparecían por todas partes. Miró el reloj, las tres y
cuarto y no había visto nada todavía. Esa noche, hacía calor y la luna llena
brillaba en todo su esplendor en la cúpula celeste. Se quitó la chaqueta, la dejó
en el suelo, pero al hacerlo, por el rabillo del ojo, vio algo que no le agradó
mucho. Había un ser, era oscuro, podía pasar por una sombra, sino no fuera por
los ojos llameantes que lo delataban. Se miraron unos segundos. De la nada surgieron unas llamas que
envolvieron a aquel ser. Parecía no sentir dolor, no gritaba y no se movía.
Duró unos minutos y luego se desvaneció. En el sitio en el que había estado,
algo brillaba en el suelo, se acercó, era una perla. Sería una prueba de aquella
locura.
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