Marmota, le vino
a la cabeza cuando pensó en un animal que dormía mucho. Ojalá fuera una y
pudiera dormir. Sus padres lo llevaron a una psicóloga. Le caía bien, pero no
tenía ganas de hablar, y como sólo tenía 8 años, lo ponían a hacer dibujos.
Evitaba dibujar lo que quería aquella mujer, a su hermanita. Sus padres estaban
pasando por un mal momento. La muerte de un hijo no es fácil y ellos habían
perdido a su hija de un año, hacía menos de dos meses. A raíz de aquello,
empezaron sus problemas con el sueño. Pero él sabía algo que los demás
desconocían. La voz que le hablaba en su cabeza le prohibía contarlo. Era un
secreto entre ellos dos. Pero él recreaba una y otra vez aquella fatídica
noche. Una noche sus padres le dieron una pastilla que, según ellos, le
ayudaría a dormir. Se la tomó sin rechistar. Se acostó y esperó a que llegara
el sueño tan ansiado. Llegó, pero no venía solo, le acompañaban los llantos de
su hermana, eran tan fuertes que lo iban a volver loco. Tenía que hacer algo.
Sacó su caja de tebeos de debajo de la cama, cogió el cuchillo, que todavía
tenía restos de sangre. Fue a la habitación de sus padres. Dormían. Descargó su
ira sobre ellos. Los llantos cesaron. Luego fue hasta la cocina y se comió una
manzana.
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