Me desperté en un sótano frío y oscuro, hacía mucho frío.
Escuché el ruido metálico de la puerta al abrirse y unos pasos bajando las
empinadas escaleras. Un hombre, vestido con un anorak que le quedaba demasiado
grande, nos iba alumbrando uno a uno. Éramos unas veinte personas las que
estábamos allí tumbados. Sacó una libreta pequeña de color rojo, de uno de los
bolsillos y empezó a recitar nombres. Los mencionados se iban levantando y se
dirigían, con paso lento y cansado, hacia las escaleras que daban al exterior.
Eran los elegidos para ser evacuados de aquel planeta sumido en el caos, que
una vez fue la tierra. Todo había ocurrido en menos de setenta y dos horas. Un
meteorito cayó en nuestro planeta destruyéndolo casi en su totalidad. Tras el
impacto, toda la tierra, se cubrió de nieve. Murieron el noventa y nueve por
ciento de la población, el uno por ciento que quedamos, tendríamos que
abandonar, la que fuera nuestra morada durante millones de años, porque la vida
tal y como la conocíamos, había desaparecido por completo. Ya no había plantas,
ni árboles, ni animales, no quedaba nada. Alertados por las autoridades, antes
de que todo se viniera abajo, y ya nada funcionara, algunos pudimos sobrevivir
a la catástrofe, internándonos en sótanos o bunkers. Una nave nos esperaba
fuera para evacuarnos. El hombre siguió recitando nombres hasta que sólo quedé
yo. Me miró, volvió a posar su mirada en la libreta por si no había visto mi
nombre y me volvió a mirar, esta vez vi pena en su mirada, al comprobar que no
estaba en la lista. Me asusté. Estaba claro que no me sacarían de allí. Me
levanté del suelo alterada y muy asustada. Lo increpé para que la mirase de
nuevo, porque tenía que haber un error. El hombre, visiblemente afectado por la
suerte que me deparaba allí, me pidió perdón pero que no podía hacer nada al
respecto. Empezó a subir las escaleras, haciendo caso omiso a mis súplicas y mi
llanto, y salió. Sabía que correr tras él no serviría de nada, iba armado y no
se lo pensaría dos veces antes de dispararme. Me asomé a la puerta para verlos
partir, sin poder parar de llorar. En aquel sótano no hacía tanto frío como
fuera y la gente se había ido dejando las mantas, en el lugar donde habían
dormido. Fuera, la tierra estaba cubierta con unos veinte centímetros de nieve.
Imposible salir de allí. Me había resignado a morir en aquel agujero, sabiendo
que cualquier intento por escapar sería acelerar una muerte segura. No estaba
preparada para morir, necesitaba descansar un poco y luego urdiría un plan.
Necesitaba pensar que podía hacerlo. No quería darme por vencida tan
fácilmente. Cogí las mantas y me envolví con ellas. Me apoyé contra la pared y
para mi sorpresa ésta cedió con mi peso, cayéndome de espaldas. Aquello no era
una pared, era una pequeña puerta de madera, ajada y podrida por el paso del tiempo
y por humedad. Me encontré en un túnel, estrello y muy oscuro. Decidí averiguar
a dónde iba, con la idea de encontrar comida o a alguien que me pudiera ayudar.
Caminé durante mucho rato, siempre a oscuras, no sé el tiempo que estuve
reptando por él pero me pareció una eternidad. En un momento dado, vi claridad
a lo lejos, eso sólo podía significar una cosa, el final estaba cerca. A medida
que me iba acercando oía voces de gente, podía distinguirlas, eran voces de mujeres
y niños. Aquel descubrimiento me dio fuerzas y seguir adelante. No estaba sola.
Llegué al final del túnel, cogí aire, y salí al exterior. Lo que primero me sorprendió,
fue la ausencia de nieve, y sobre todo el azul del cielo. No sé dónde estaba,
pero aquello no podía ser real. Había niños jugando en un gran campo verde y un
grupo de mamás sentadas ante una mesa de piedra charlando, mientras observaban
el juego de sus hijos. Me puse en pie, observándolo todo a mi alrededor. Los
árboles, las flores, el campo. La alegría que me embargaba, hizo que rompiera a
llorar como una niña pequeña. Últimamente no paraba de hacerlo. Una mujer se
acercó a mí preguntándome si estaba bien. Le dije que no sabía dónde estaba. Me
miró sorprendida. Vio mis ropas sucias y mi aspecto desaliñado y dedujo que
había sufrido un accidente y que estaba conmocionada. Me agarró suavemente por
los hombros y me condujo hacia la mesa donde estaban las otras mujeres. Me
señaló una silla para que me sentara. Me ofreció algo de beber, que acepté con
gusto. Era limonada, estaba riquísima, pero lo que más me gustaba era sentir el
sol en mi espalda. Había una revista de moda sobre la mesa. De soslayo miré la
fecha que había en la portada. 1970. Aquello era increíble, había viajado en el
tiempo. Tal vez nuestro planeta tuviera una segunda oportunidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario