miércoles, 12 de mayo de 2021

UN ERROR FANTASMAL

 

 

 

Armadura reluciente, era lo primero que se veía cuando entrabas en el castillo. Me gustaba corretear por él, recorría todas las habitaciones y me escondía en lugares donde no llegaba la luz, pasando desapercibida. Conocía cada rincón, cada puerta secreta que llevaba a oscuros y fríos pasadizos. Llevaba muchos años allí, más de los que había vivido. Había visto nacer y morir a los descendientes de la primera familia que se instaló allí. Nunca quise interactuar con los vivos, me gustaba contemplar el día a día de aquella gente, me hacía sentir viva. Escuchaba con devoción los cotilleos entre las damas, y disfrutaba viendo sus vestidos nuevos que lucirían en los bailes, que se celebraban en el gran salón. Lloraba cada muerte y reía con cada nacimiento. Pero... una vez cometí un error. Había una niña. Me recordaba a mí de pequeña. Su padre siempre viajaba, su madre sólo pensaba en fiestas. Pasaba mucho tiempo sola. Yo, en un momento de ternura, empecé a manifestarme ante ella. Jugábamos largas horas. Disfrutábamos cada momento.  La madre se puso histérica, cuando entró una vez en la habitación y vio cómo se movían las cosas, aparentemente solas. Comenzó a gritar como una loca por todo el castillo: ¡un fantasma! ¡Un fantasma! Se armó una muy gorda. Intentaron calmarla y hacerla entrar en razón. Pero al poco tiempo se fue, arrastrando de la mano a la pequeña, que no paraba de llorar. Pude ver un moratón en uno de los grandes y azules ojos de la niña. Sentí una rabia enorme. Aquella mujer no tenía ningún derecho de pegarle a su propia hija, a esa niña tan buena e inocente, que no había hecho nada malo, salvo esperar un poco de cariño de los vivos, que nunca recibió. Entonces no pude controlarme y empecé a descargar mi ira, tirando todo lo que encontraba a mi paso, haciendo que las puertas y ventanas se abrieran y cerraran. En la biblioteca tiré todos los libros al suelo, uno por uno, hasta que no quedó ninguno en su sitio. Aquello horrorizó y atemorizó a la gente que allí vivía. Salieron despavoridos del castillo, como alma que lleva el diablo. Entonces comprendí que ya nadie querría volver a vivir allí. Que me quedaría sola para siempre. Ese era mi castigo por aquella debilidad. Los muertos no deben mezclarse entre los vivos, mientras estos últimos no sean conscientes de su propia muerte.


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