Miró con escepticismo a sus hermanos. Ni en un millón de
años llegaría a imaginar que serían capaz de hacerle una cosa así y todo porque
una vez, desesperada, los había llamado en plena noche para contarles “aquello”.
Lo hizo porque estaba asustada, nada más, no para darles pies a esas ideas que
se les había metido en la cabeza de que estaba loca.
- ¿En serio? ¿lo decís en serio? –les preguntó.
Sus ojos eran dos signos de interrogación. Sus hermanos
bajaron las miradas. Tal vez avergonzados, tal vez apenados, o tal vez, ambas
cosas.
- ¡Salid de mi casa! –les gritó. Mientras les abría la
puerta de la calle invitándolos a salir.
Una rápida lectura a sus miradas le indicó que no se iban
a rendir y que volverían a por ella.
Se sirvió un vaso de gaseosa bien fría. Salió al jardín y
se sentó en la hierba. Recordó una canción de su infancia y se puso a cantar.
Miles de recuerdos la envolvieron en aquella calurosa tarde de verano
transportándola a la casa de sus padres, donde ella y sus hermanos, pasaron
muchas tardes como aquella jugando en el jardín mientras su madre tendía la
ropa cantando aquella canción.
- ¿En serio te vas a poner nostálgica en estos momentos? –le
espetó una voz. –¿Recuerdas que estamos en peligro o acaso ya lo has olvidado?
Se levantó de un brinco y se encaminó hacia la casa.
Subió a su cuarto y cerró la puerta.
-No debes hablar cuando estamos fuera –le reprimió a
aquella voz enfadada- alguien te podría escuchar.
-Me da igual que me escuchen –le respondió con desdén
mientras se sentaba en la cama y cogía un peluche con forma de jirafa. –ahora ese
no es nuestro mayor problema.
-Lo sé –le respondió ella- tenemos que hacer algo al
respeto. Miró al peluche que tenía en la mano y le pareció que tenía una cara
infeliz. Con el dedo abrió un poco más las costuras para hacerle una gran
sonrisa.
-Tengo una idea –le dijo la voz- ¿por qué no les hacemos
una visita esta noche?
-Pero esta noche ponen en la televisión “la ruleta de la
fortuna” –le respondió ella apenada.
-No digas tonterías sino arreglamos esto de una vez por
todas nos van a encerrar y allí no podremos ver nunca más ese programa. A ver
dime –le retó- prefieres perderte un programa o todos, tú eliges.
-Vale, vale, tú ganas –le respondió, aunque no muy
convencida.
Aquella noche su hermana y su hermano se habían reunido
en casa de la primera para hablar de la salud mental de su hermana pequeña. No
estaba muy bien. El detonante que había alterado su mente, había sido la muerte
de su hija, de tan solo dos años, atropellada por un coche que se dio a la
fuga, delante de su casa. Habían pasado seis meses de aquello y aunque no
querían que viviera sola no había manera de hacerla salir de su casa. Una vez
tuvieron que llamar una ambulancia porque se había pasado con las pastillas de
dormir. Otra había dejado el grifo de la bañera abierto y otra vez casi
incendia la cocina al olvidarse la tetera al fuego. Y ahora, resulta que tenía
alucinaciones, veía figuras, monstruos en su habitación y los llamaba por las
noches a altas horas de la madrugada. Habían conseguido una enfermera que se
quedaba con ella por el día, pero las noches las pasaba sola. La enfermera les
había dicho que la situación de su hermana empeoraba con los días. Se había
inventado una amiga y hablaba con ella a todas horas. El psiquiatra que llevaba
su caso, les había sugerido como la mejor opción, internarla en un centro
especializado donde estaría vigilada las 24 horas y donde recibiría la atención
que necesitaba. Lo que no le habían dicho a su hermana, es que al día siguiente
irían a buscarla para llevarla a aquel hospital. Les dolía que su hermana
acabara así pero no veían otra salida.
- ¡Vamos, espabila, que ya es de noche! –le apremió la
voz enfadada –tu estulticia consiste en no querer aprender. Te dan miles de
bofetadas y sigues sin comprender nada. ¡espabila! -le gritó.
Salió de la casa, cogió el coche y se encaminó hacia la
de su hermana. Vivía cera de una fábrica, a una media hora.
Aparcó el coche en la acera de enfrente. Había dos coches
más aparcados en la entrada, uno era el de su hermano y el otro el de su
hermana.
- ¡Genial! –dijo la voz- están juntos. Nos ha tocado la
lotería. Y comenzó a reírse de manera compulsiva como si hubiera contado el
mejor chiste del mundo.
Se bajó del coche, fue hasta el maletero, cogió una
garrafa que llevaba allí y con ella en la mano se dirigió a la casa. Sin hacer
ruido fue a la parte trasera y se coló dentro por la puerta que daba al jardín que
su hermana siempre dejaba abierta. Empezó a derramar el líquido por todas
partes, mientras sus hermanos se habían quedado dormidos viendo una película en
el sofá, ajenos a lo que pasaba.
Encendió una cerilla y la lanzó al suelo. Las llamas
empezaron a hacer su trabajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario