viernes, 30 de julio de 2021

DELIRIOS

 

Miró con escepticismo a sus hermanos. Ni en un millón de años llegaría a imaginar que serían capaz de hacerle una cosa así y todo porque una vez, desesperada, los había llamado en plena noche para contarles “aquello”. Lo hizo porque estaba asustada, nada más, no para darles pies a esas ideas que se les había metido en la cabeza de que estaba loca.

- ¿En serio? ¿lo decís en serio? –les preguntó.

Sus ojos eran dos signos de interrogación. Sus hermanos bajaron las miradas. Tal vez avergonzados, tal vez apenados, o tal vez, ambas cosas.

- ¡Salid de mi casa! –les gritó. Mientras les abría la puerta de la calle invitándolos a salir.

Una rápida lectura a sus miradas le indicó que no se iban a rendir y que volverían a por ella.

Se sirvió un vaso de gaseosa bien fría. Salió al jardín y se sentó en la hierba. Recordó una canción de su infancia y se puso a cantar. Miles de recuerdos la envolvieron en aquella calurosa tarde de verano transportándola a la casa de sus padres, donde ella y sus hermanos, pasaron muchas tardes como aquella jugando en el jardín mientras su madre tendía la ropa cantando aquella canción.

- ¿En serio te vas a poner nostálgica en estos momentos? –le espetó una voz. –¿Recuerdas que estamos en peligro o acaso ya lo has olvidado?

Se levantó de un brinco y se encaminó hacia la casa. Subió a su cuarto y cerró la puerta.

-No debes hablar cuando estamos fuera –le reprimió a aquella voz enfadada- alguien te podría escuchar.

-Me da igual que me escuchen –le respondió con desdén mientras se sentaba en la cama y cogía un peluche con forma de jirafa. –ahora ese no es nuestro mayor problema.

-Lo sé –le respondió ella- tenemos que hacer algo al respeto. Miró al peluche que tenía en la mano y le pareció que tenía una cara infeliz. Con el dedo abrió un poco más las costuras para hacerle una gran sonrisa.

-Tengo una idea –le dijo la voz- ¿por qué no les hacemos una visita esta noche?

-Pero esta noche ponen en la televisión “la ruleta de la fortuna” –le respondió ella apenada.

-No digas tonterías sino arreglamos esto de una vez por todas nos van a encerrar y allí no podremos ver nunca más ese programa. A ver dime –le retó- prefieres perderte un programa o todos, tú eliges.

-Vale, vale, tú ganas –le respondió, aunque no muy convencida.

Aquella noche su hermana y su hermano se habían reunido en casa de la primera para hablar de la salud mental de su hermana pequeña. No estaba muy bien. El detonante que había alterado su mente, había sido la muerte de su hija, de tan solo dos años, atropellada por un coche que se dio a la fuga, delante de su casa. Habían pasado seis meses de aquello y aunque no querían que viviera sola no había manera de hacerla salir de su casa. Una vez tuvieron que llamar una ambulancia porque se había pasado con las pastillas de dormir. Otra había dejado el grifo de la bañera abierto y otra vez casi incendia la cocina al olvidarse la tetera al fuego. Y ahora, resulta que tenía alucinaciones, veía figuras, monstruos en su habitación y los llamaba por las noches a altas horas de la madrugada. Habían conseguido una enfermera que se quedaba con ella por el día, pero las noches las pasaba sola. La enfermera les había dicho que la situación de su hermana empeoraba con los días. Se había inventado una amiga y hablaba con ella a todas horas. El psiquiatra que llevaba su caso, les había sugerido como la mejor opción, internarla en un centro especializado donde estaría vigilada las 24 horas y donde recibiría la atención que necesitaba. Lo que no le habían dicho a su hermana, es que al día siguiente irían a buscarla para llevarla a aquel hospital. Les dolía que su hermana acabara así pero no veían otra salida.

 

- ¡Vamos, espabila, que ya es de noche! –le apremió la voz enfadada –tu estulticia consiste en no querer aprender. Te dan miles de bofetadas y sigues sin comprender nada. ¡espabila! -le gritó.

Salió de la casa, cogió el coche y se encaminó hacia la de su hermana. Vivía cera de una fábrica, a una media hora.

Aparcó el coche en la acera de enfrente. Había dos coches más aparcados en la entrada, uno era el de su hermano y el otro el de su hermana.

- ¡Genial! –dijo la voz- están juntos. Nos ha tocado la lotería. Y comenzó a reírse de manera compulsiva como si hubiera contado el mejor chiste del mundo.

Se bajó del coche, fue hasta el maletero, cogió una garrafa que llevaba allí y con ella en la mano se dirigió a la casa. Sin hacer ruido fue a la parte trasera y se coló dentro por la puerta que daba al jardín que su hermana siempre dejaba abierta. Empezó a derramar el líquido por todas partes, mientras sus hermanos se habían quedado dormidos viendo una película en el sofá, ajenos a lo que pasaba.

Encendió una cerilla y la lanzó al suelo. Las llamas empezaron a hacer su trabajo.

 

 

 

 

 

 

 

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