sábado, 7 de agosto de 2021

PUERTA AL INFIERNO

 

 Digamos que, si por algún hipotético motivo ocurriera alguna vez, tendríamos que estar preparados y no esperar a que suceda para tomar medidas. También es verdad que, si llegara a ocurrir por razones no humanas, mejor no imaginar la mente pensante, perversa y malvada capaz de dar forma a aquellas atrocidades. Vivimos en una era que en cuanto la luz del sol deja de iluminar nuestras vidas, encendemos lámparas, farolas y cualquier artilugio que nos dé luz, tal vez, porque inconscientemente o no nos aterra la oscuridad y las sombras que habitan en ellas. La raza humana somos una fauna muy peculiar. Juguetes de la vida y el sudoku de la muerte. Un hombre de letras, erudito donde los haya, escritor de fama mundial, conocedor de miles de historias insólitas que, siglo tras siglo han sucedido en nuestro mundo y siguen sucediendo.

Se despierta un día de lluvia, se asoma a la ventana y a partir de ahí su vida cambia para siempre. Como buen coleccionista de lo insólito, hace un repaso mental para encontrar acontecimientos acaecidos a lo largo de la historia similares a lo que está viendo tras el cristal mojado de su ventana, para darse cuenta con verdadero terror, que nunca hubo nada igual. Cogió su móvil para llamar a la policía. Como si de un trabalenguas se tratara lo que les tenía que contarles, sus palabras salían atropelladamente de su boca sin sentido alguno para el que estaba escuchando al otro lado de la línea. Un grito aterrador en la calle lo asustó de tal manera, que el móvil se le escurrió entre los dedos. Corrió hacia la ventana. Una madre lloraba desconsoladamente gritando el nombre de su hijita que había desaparecido en un charco de agua que había formado la lluvia en la calle. Él abrió la ventana y le gritó que se subiera a la acera. Pero la desesperación de la madre, junto con el ruido de la lluvia cayendo sobre el asfalto, impidieron que escuchara lo que gritaba el hombre. Había metido la mano en aquel charco, hasta la altura del codo para recuperar a su hija. Todavía podía escuchar sus gritos llamándola con verdadero pavor. Entonces una sombra se alzó de aquella hendidura en el suelo cubierta de agua, arrastró a la mujer con él, desapareciendo ambos de su vista. Alguna gente que andaba por allí se acercó para ayudarla. Él seguía gritando desde la ventana, advirtiéndoles que no lo hicieran, que se alejaran de cualquier charco que vieran lo más lejos posible. No era tan fácil evitarlos, los había por todas partes. Una joven lo escuchó y les gritó a los demás que se subieran a las aceras y evitaran los charcos de agua, de esa manera estarían a salvo. El hombre había visto como los coches desaparecían cuando sus ruedas rozaban el agua empozada. Aquellos charcos no eran iguales entre sí, presentaban distintos tamaños. Desde su ventana pudo comprobar, muy a su pesar, que podían moverse como si algo o alguien los impulsara a hacerlo o peor aún, como si tuvieran vida propia. En cuanto una persona o coche pisaba uno, éstos se encogían o agrandaban en función del tamaño. Luego eran agarrados y arrastrados hacia el fondo, desapareciendo. Sintonizó la radio en un canal local esperando que alguien arrojara luz sobre lo que estaba sucediendo y si era así, tomaran las medidas pertinentes para acabar con aquella pesadilla. Sólo sucedía en aquella calle de la ciudad. Hasta el momento nadie sabía con certeza lo que estaba pasando, todo eran especulaciones, nada concluyente. Fue a su despacho y sacó una carpeta negra de uno de los cajones de su escritorio, en ella guardaba fotografías antiguas de la cuidad. Al cerrarlo vio unas hojas asomando por una hendidura del cajón. Descubrió un doble fondo cuya existencia era desconocida para él hasta ese momento. Quitó la madera. Encontró otra carpeta del mismo color. La puso sobre la mesa y fue pasando las hojas. Encontró los planos de la ciudad de hacía más de trescientos años, cuando todavía no había edificios ni calles asfaltadas. Aquello era oro puro. Leyó aquellos documentos durante un buen rato. Debajo de esa parte de la ciudad hubo una mina de carbón. Había estado en funcionamiento muchas décadas. Se había levantado una ciudad para acoger a la gente que trabajaba en ella, llegando a ser muy rica y próspera y un lugar de gran renombre y punto de encuentro para la gente pudiente de la época. Pero algo pasó en aquella mina que de un día a otro se cerró. Los obreros empezaron a desparecer misteriosamente y la gente de la ciudad empezó a ponerse nerviosa. Para calmar los nervios se cerró, y construyeron una fábrica textil y una maderera. Indemnizaron a las familias de los desaparecidos y les dieron trabajo en las fábricas. Con el paso del tiempo todo aquello se olvidó. Pero hubo un hombre, el capataz de la mina, que había visto como uno de sus hombres desaparecía ante su vista, engullido por un charco que se había formado en el suelo a causa de las lluvias de los últimos días. No se cansaba de repetir que un ser monstruoso de grandes uñas y dientes afilados había emergido de aquel charco llevándoselo con él. Juró hasta el día de su muerte, que aquella mina era una puerta al infierno. Nunca había escuchado aquella historia. Siguió leyendo y descubrió recortes de periódicos fechados en años posteriores, donde se hablaba de desapariciones de gente en esa vía, coincidiendo siempre con alguna reforma en la misma o la construcción de algún edificio a pie de calle. Daba la casualidad que estaban haciendo unas obras en la pavimentación desde hacía varios días.

¿Habrían vuelto a abrir aquella puerta al infierno desatando la furia de los demonios?

 

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