sábado, 21 de agosto de 2021

ALUCINACIONES

 

Todo comenzó una mañana de sábado, cuando al echar mano del frasco que contenía las pastillas que tomaba para las fuertes migrañas que padecía, éste estaba vacío. Se había olvidado de comprarlas y el dolor estaba empezando a expandirse por su cabeza envolviéndola en una densa niebla gris. Hacía días que no las tomaba, la sola idea de salir a la calle la aterraba, pero aquel día en concreto necesitaba una con urgencia, temía que la cabeza le explotara en cualquier momento.

Decidió prepararse un café bien cargado.

A la cafetera le habían salido un par de ojos y la estaban mirando fijamente. Estupefacta y retrocediendo unos pasos muy asustada pudo ver también una boca en ella que le sonreía mientras le decía con sarcasmo:

-Querida, no creo que sea una buena idea que te tomes una taza de café sin haberte tomado tus pastillas. ¿No crees?

Caminó de espaldas sin perder de vista a aquella cafetera maldita, temiendo que bajara de la encimera y la persiguiera. Escuchó un quejito a sus espaldas. Había chocado contra la puerta de la cocina.

- ¡A ver si miras por donde vas! ¡Me has hecho daño! –le regañó ésta.

La mujer se agarró la cabeza con ambas manos. El dolor que sufría era cada vez más intenso e insoportable. Le habían dado episodios fuertes, pero como aquel no recordaba haberlos tenido nunca. Definitivamente estaba perdiendo la cordura.

Salió de allí corriendo como alma que lleva el diablo y se encerró en el cuarto de baño. Se apoyó contra la puerta, cerró los ojos y se dejó caer hasta quedar sentada en el suelo. Tenía que tranquilizarse. Respiró hondo y comenzó a contar en voz alta. Cuando en su cuenta llegara al número veinte abriría los ojos y estaba casi segura que se despertaría en su cama y todo aquello sería parte de una mala pesadilla.  

Al llegar al número 20 abrió los ojos. Muy a su pesar no estaba en su cama. Miró a su alrededor. No cabía duda que estaba en el baño, pero era enorme, como hecho a la medida de un gigante y ella tenía el tamaño de una hormiga. No sabía lo que le estaba pasando, pero todo aquello era de locos. La ventana estaba abierta, pero el problema era cómo llegar hasta allí y pedir ayuda. Tenía que intentarlo. No podía quedarse sentada allí para siempre. En un lateral de la bañera una araña había tejido una tela. Hizo una nota mental en su cabeza de limpiar mejor aquel sitio. Pero su pésima limpieza le podía salvar la vida en esos momentos. Empezó a trepar por ella esperando que su dueña estuviera ausente durante un buen rato. Encontró moscas muertas a su paso. Por fin llegó hasta la parte superior de la bañera. Ahora sólo tenía que escalar la cortina y llegaría hasta la ventana. Empezó a subir por ella, pero una minúscula gota de agua la hizo resbalar, perdiendo el equilibrio y cayéndose de bruces sobre las frías baldosas del suelo. Perdió el conocimiento.

Se despertó con el cuerpo dolorido. Se enderezó no sin cierto esfuerzo y miró a su alrededor. El baño volvía a tener el tamaño que le correspondía. Se levantó del suelo lentamente como si llevara el peso del mundo sobre su espalda y con pasos lentos e inseguros agarrándose a las paredes llegó hasta su habitación. Se sentó en la cama. Tenía que llamar a alguien que la ayudara. Miró a su alrededor en busca de su móvil. Lo localizó en la mesilla de noche al lado de la cama. Se dispuso a bajarse de la cama cuando se dio cuenta de que todo a su alrededor se hacía muy pequeño a pasos agigantados y ella estaba adquiriendo un tamaño desmesurado. Sus piernas y brazos habían crecido tanto que no cabía en la habitación y tenía que permanecer encogida. Se puso a llorar de rabia, impotencia, dolor y miedo. Las lágrimas corrían por sus mejillas como cataratas y era consciente que si no paraba de llorar inundaría la habitación en cuestión de minutos. El cansancio pudo con ella y se quedó dormida. Cuando despertó la luz del sol había desaparecido y las sombras se habían adueñado de su habitación. Volvía a tener su tamaño normal. Hizo la llamada que no había podido hacer hasta entonces. En menos de quince minutos el médico estaba llamando a su puerta. Traía consigo las pastillas de la migraña y un fuerte sedante para tranquilizarla. Ella le preguntó qué le había pasado. Su respuesta la dejó pasmada, sin palabras.

-Has sufrido un episodio de lo que llamamos síndrome de “Alicia en el país de las maravillas” causado por las migrañas que padeces y por no tomar la medicación correspondiente.

 

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