La última vez que había estado en una biblioteca había
sido hacía muchos años, tantos que ni se acordaba. Hacía un siglo, o eso le
parecía, que había terminado la universidad y con ello su época de ir a aquel
lugar lleno de sueños y aventuras que te envolvían en un manto de paz y
silencio.
Estaba a un par de años de la jubilación. Se había hecho
policía al acabar sus estudios de derecho. Después de mucho meditarlo, optó por
atrapar al malo y meterlo en la cárcel y no ayudarle a salir de ella. Aunque,
tal y como estaba la justicia, tuviera que atraparlo más de una vez. Le gustaba
aquello, la adrenalina corriendo por sus venas cuando perseguía a algún
malnacido. Había llegado a inspector por su valentía, su carisma y su don por
encontrar al culpable y ver lo que otros no podían. Podía leer las caras e
interpretar a la perfección cada mueca, cada movimiento de los sospechosos Siempre acertaba. Cuarenta años en el cuerpo de policía. Lo echaría de menos.
Tenía en manos algunos casos sin resolver. Todos de niños
desaparecidos. Algunos hacía décadas. Sabía que aquello era como encontrar una
aguja en un pajar, pero era optimista y no desistiría hasta agotar la última
vía. La ciencia forense había avanzado mucho en los últimos años, tal vez,
gracias a ello, podría encontrar a algún asesino y encerrarlo para siempre, por la muerte de aquellas criaturas inocentes.
Se puso tras el ordenador y buscó información sobre aquel
niño. El primero de la lista que le habían dado. Salió su retrato en la pantalla.
Tenía 10 años en el momento de su desaparición. Ahora, si seguía con vida,
sería adulto.
Tras pulsar imprimir, se levantó para ir a la impresora.
Pero algo le llamó la atención. La pantalla que estaba abierta había
desaparecido, en su lugar había otra. Un rápido vistazo le bastó para catalogarla
dentro de los parámetros del 1 al 10 de extrañeza, con un 10 y subiendo.
Un gran árbol aparecía en la pantalla. Le pareció un
roble, aunque no podría jurarlo, lo suyo no era la dendrología. Sus raíces
estaban al descubierto. Y no había nada escrito. Sólo el árbol y un reloj en el
margen superior derecho, mostrando una cuenta atrás: 23:59:01 y retrocediendo
segundo a segundo.
Como si el ordenador tuviera vida, apareció la palabra
PUENTE. Un par de minutos después fue apareciendo un texto en la pantalla, en
tiempo real. El inspector comenzó a leer:
“Somos el puente entre la vida y la muerte. El acceso del
espíritu al más allá. Pero algunos no pueden atravesarlo. La causa de ellos es una muerte prematura, una vida sesgada antes de tiempo. Permanecen entre los vivos esperando venganza, junto a sus cuerpos.
Llegado a este punto dejaron de escribir. El inspector se
acomodó en su silla a la espera de más información. No lo defraudaron.
“Querido inspector, sabemos lo que está haciendo y nos
parece de lo más loable. Volver a abrir casos antiguos para resolver esos
crímenes que quedaron impunes, créame, nos llena de satisfacción. Queremos ayudarle. Pero para ello se tiene
que involucrar totalmente en el proyecto. Depende de usted querer seguir
adelante o no. Le podemos asegurar que no encontrará nada sin nuestra ayuda. Pero
su decisión es suya y respetaremos su negativa. Se preguntará cómo podemos
ayudarle. No somos de la policía, ni de ningún cuerpo secreto de seguridad, ni
nada que se asemeje a eso. Simplemente le daremos un poder especial con el cual
usted podrá descubrir los cuerpos de los niños desaparecidos y a sus asesinos.
Ese poder no le hará daños físicos, ni le provocará la muerte. Ni se
transformará en un monstruo, ni sufrirá pérdida de ninguna parte de su cuerpo,
por si está barajando esas posibilidades. Ahora bien. Hay algo que sí sufrirá
daños. La poca fe que le queda en Dios y en el hombre la perderá para siempre.
Conocerá las respuestas a preguntas que incluso el ser humano más piadoso del mundo
no haría, porque la verdad, no se parece en nada, a lo que vemos y creemos
conocer y saber. “
Otra pausa. Esperó.
En la pantalla aparecieron dos pulgares arriba.
“Si está de acuerdo, pulse los pulgares. Debe hacerlo
antes de que la cuenta atrás termine"
El inspector no lo dudó y los pulsó.
Siguieron escribiendo:
“Saldrá un contrato en la impresora. NO lo firme. Basta
con una gota de sangre de la yema de uno de sus dedos pulgares. Una vez hecho,
vuelva a poner la hoja en la impresora”
Fue hasta la impresora, hizo lo que le dijeron y tiró las
otras hojas que había impreso anteriormente, en una papelera que decía RECICLAR PAPEL.
¿Y ahora qué? Pensó.
Una semana después, las principales cadenas de televisión
de todo el mundo no daban abasto con la información que les iba llegando sobre
lo que estaba ocurriendo a lo largo y ancho del mundo. Miles de cuerpos de
niños, emergían de sus tumbas improvisadas, cavadas por sus asesinos. Sobre
cada cuerpo, había una pluma blanca. Tras analizarlas, los expertos, no
pudieron dar con el ave al que correspondían. Los más fervientes devotos decían
que aquellas eran plumas de las alas de algún ángel.
Analizaron las cámaras de los lugares donde se producían
dichos hallazgos. Al principio parecía una coincidencia, pero se hizo muy
recurrente para pasarlo por algo. Se veía en todas ellas a un hombre vestido
con un traje blanco y un sombrero, como los que llevan los vaqueros, del mismo
color cubriendo su cabeza. En ninguna de aquellas filmaciones se le podía ver
la cara con nitidez.
Pronto le pusieron un nombre al hombre del traje blanco.
Todo comenzó cuando un cazador, escopeta en mano, había escuchado un ruido en el
bosque, pensando que sería un ciervo se fue acercando sigilosamente. Su sorpresa
fue mayúscula cuando vio una figura blanca, inmóvil, con la cabeza inclinada
mirando el suelo. Murmuraba algo que no llegó a
entender. El cazador le dijo que se diera la vuelta o le dispararía. La verdad
es que estaba muerto de miedo y el pulso le temblaba demasiado para que su
puntería fuera buena. La tierra empezó a temblar en aquel punto. Al
cabo de un rato unos huesos afloraron a la superficie. Había una pluma blanca
sobre aquellos restos. Un puente surgió de la nada y aquel hombre junto a un
niño muy pequeño que llevaba cogido de la mano, comenzaron a caminar sobre él, hasta
desaparecer. Tras conocer aquella historia, la prensa pronto bautizó a aquel
ser de blanco como EL EMBRUJADOR DE LOS NIÑOS MUERTOS.
Pero la cosa no terminó ahí. Al mismo tiempo que iban
apareciendo cuerpos de niños y niñas, también aparecían hombres y mujeres cruelmente
torturados y asesinados. Unos colgados con ganchos y abiertos en canal con las
tripas grotescamente colgando fuera de su cuerpo. Otros con la cabeza cortada. Algunos
con sus órganos genitales mutilados. Incluso dentro de las cárceles aparecían
colgados en sus celdas. Todo hacía pensar que aquello también era obra del
hombre del traje blanco.
El inspector había pedido la jubilación anticipada.
Cuando le preguntaban qué iba a hacer a partir de entonces, su respuesta
siempre era la misma: viajar por todo el mundo y pescar.
Y aunque la policía tenía que detener a aquel hombre como
presunto culpable de aquellos asesinatos tan macabros, la verdad es que tampoco
se molestaban mucho en hacerlo. Aquel personaje, fuera humano o no, la verdad
es que les estaba ayudando mucho eliminando a aquella escoria. ¿Por qué
pararlo? Era el mejor peón que tenían y por encima no había que pagarle.
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