domingo, 15 de agosto de 2021

EL LAGO

 

Desde la ventana de la cabaña podía ver el lago y la lancha que descansaba en la orilla. Su abuelo, había vivido allí toda su vida hasta hacía menos de un mes. Había sido un referente para él, la persona que más admiraba y con la que se identificaba plenamente. Sus padres, una pareja de cuidad, no podían comprender que su hijo quisiera vivir en aquella casa en medio de la nada con una persona que, según ellos, no tenía nada que aportarle. Pero qué equivocados estaban, pensaba, aquel hombre tenía mucho que aportarle, mucho que enseñarle y sobre todo mucho que ofrecerle. Durante su infancia pasaba los veranos con el abuelo, a medida que fue creciendo la idea de quedarse allí a vivir se iba haciendo más sólida en su cabeza. Había un instituto en el pueblo y el abuelo lo podría llevar en su vieja camioneta. Sus padres se negaron rotundamente ante tal idea y lo arrastraron al coche sin miramientos, mientras él pataleaba y les gritaba que no quería irse con ellos. Ese fue el comienzo de su nueva vida. En aquel momento el muchacho se dio cuenta de la grande y maravilloso que era su abuelo, un verdadero héroe para él y lo admiró más que nunca.

Impasible, con una frialdad que sólo alguien acostumbrado a ello puede tener, cortó el cuello a sus padres, los metió en el coche y lo arrastró hacia el lago. Ambos, abuelo y nieto, se quedaron un buen rato allí plantados, viendo cómo se hundía en las aguas del lago hasta desaparecer. Ahí comenzó su camino hacia el reconocimiento mundial de la mano de uno de los más grandes y temidos asesino serial.

Recuerda un sábado como un día fatídico para ellos dos. Hacía semanas que no llovía, el suelo se estaba secando a pasos agigantados. Pero aquella mañana cuando se levantaron vieron con verdadera sorpresa, que el lago se había secado completamente. Aquel sábado de sequía, coches y cuerpos habían quedado a la vista de todos. Pronto apareció la policía y las cámaras de televisión para informar en el lugar de los hechos, del macabro hallazgo.

Estuvieron días sacando cuerpos y llevándolos en furgonetas negras con los cristales tintados, a algún lugar para su posible identificación.  El abuelo y el nieto no perdieron la calma en ningún momento. Aquella no era la única cabaña que había junto al lago y no tenían ningún motivo para desconfiar de ellos. Eran meticulosos en sus trabajos. De hecho, no lo hicieron. Ninguna sospecha recayó sobre ellos. Hablaban, en los medios de comunicación, sobre la existencia de un asesino en serie que tiraba los cuerpos al lago para deshacerse de ellos, desde hacía muchos años, en vista de los números esqueletos que habían encontrado. Un asesino que llevaban mucho tiempo buscando y que más temprano que tarde darían con él. Estaban plenamente convencidos de ello.

El abuelo era un hombre respetado y querido en el pueblo, un gran pescador, honrado y siempre dispuesto a ayudar a quienes lo necesitaran. Había estado en el ejército durante muchos años. Cuando regresó a casa lo hizo con una cojera y tres dedos menos en su mano izquierda.

El chaval, un estudiante del último año de instituto era considerado por sus profesores como un estudiante modelo, muy trabajador y estudioso y que nunca se metía en problemas.

Pero lo acontecido aquel día, afectó bastante al abuelo, su corazón débil y enfermo no lo soportó. Murió una semana después mientras dormía, a causa de un infarto.

El muchacho no querría arriesgase. Su mente fría y calculadora elaboró un plan. Se habían librado, pero no había que tentar a la suerte. Así que vendería la propiedad que había heredado y se largaría a otro lugar. Comenzaría una nueva vida lejos de allí, retomando el legado que le había dejado su abuelo.

 

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