Se encontraba solo y perdido en aquel pueblo abandonado,
sin saber ni el cómo, ni el por qué estaba allí. Miró a su alrededor. Vio
desolación y caos. Las casas, que alguna vez habían albergado en su interior a
alguna familia, ahora eran ruinas cubiertas de vegetación. Comenzó a caminar
sin rumbo, esperando encontrar a alguien que pudiera responder las múltiples
preguntas que se agolpaban en su garganta. Vio la iglesia con un campanario que
albergaba en su interior una vieja campana que permanecía inmóvil y silenciosa,
sabiendo que nadie acudiría a su llamada. Detrás un viejo cementerio abandonado,
cubierto de matojos y zarzas. En la vieja verja de hierro oxidada de la entrada,
había unas letras grabadas que rezaban: Cementerio de Talos. La verja cedió al
empujarla levemente con la mano, emitiendo un sonido agudo y estridente. Vio
una figura arrodillada ante una tumba. Caminó hacia ella. Se trataba de una
joven, delgada, con una larga melena rubia recogida en una coleta. Llevaba
puesto una blusa roja y unos vaqueros. Se colocó a su lado. La tumba
correspondía a una mujer que había muerto con tan solo 25 años, se llamaba
Marta. Ella lo miró, el hombre vio pena y dolor en aquellos grandes ojos azules
y sintió unos deseos desmesurados de abrazarla. “Esta es la respuesta a tu
pregunta”, le dijo con voz temblorosa.
- ¡Cariño, cariño! ¿estás bien? –le preguntaba la mujer
sentada a su lado, mientras lo zarandeaba ligeramente para que reaccionara.
El hombre, como salido de un trance, la contempló unos
instantes, luego miró a su alrededor, confundido y desconcertado. Estaba en una
cafetería. Su mujer lo contemplaba con verdadera preocupación
-Estoy bien –le respondió, intentando calmarla, pero pudo
ver en su mirada que no lo había conseguido.
Tenía algo entre sus manos. Era la tarjeta de un
detective privado. Sus padres habían muerto en un accidente de tráfico, hacía
menos de un mes. Al leer el testamento se había enterado de que era adoptado.
Aquella tarjeta se la había dado un amigo suyo. Al parecer era el mejor si querías
buscar a alguien del pasado. Pero él sabía que ya no lo necesitaba. Sabía dónde
encontrar sus raíces.
Una camarera se acercó a la mesa, el hombre pidió un café
con dos terrones de azúcar, regalándole su mejor sonrisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario