Era sábado y Tony no tenía clase. Se dedicaría a dormir
gran parte de la mañana, o eso tenía pensado. La noche anterior su madre le
había dicho que tendría que ausentarse a la oficina un par de horas. No solía
trabajar el fin de semana, pero había alguien interesado en una de las casas
que había en venta en la zona y le tocaba a ella enseñarla.
Escuchó cómo su madre lo llamaba. Abrió un ojo y miró el
reloj que descansaba sobre su mesilla de noche, marcaba las 10 de la mañana. No
sabía si aquello era buena o mala señal, que su madre estuviera tan pronto en
casa. Tal vez no hubiera vendido la casa. Somnoliento le respondió:
- ¿Qué, mamá?
Pero su madre no le respondió. Así que se dio media
vuelta y siguió durmiendo. Al cabo de un rato volvió a escuchar la voz clara y
esta vez más alta de su madre llamándolo de nuevo. Volvió a mirar el reloj, 10
y media. Volvió a responderle esta vez casi gritando:
- ¿Qué quieres mamá?
- ¡Sal de la cama! –le ordenó
Era la primera vez que mantenían una conversación casi a
gritos. Por lo general ella iba a su cuarto y le pedía que se levantara. No
importa, pensó, tal vez esté malhumorada por no llevar a cabo aquella venta.
Se levantó, abrió la puerta de su habitación y se
encaminó hacia las escaleras que daban al piso de abajo. Esperaba escuchar
ruidos en la cocina, donde seguramente estaría su madre preparando el desayuno,
pero la casa estaba en silencio. Su madre no estaba en la cocina.
Escuchó el ruido de una puerta al cerrarse en el piso de
arriba.
- ¿Mamá? –le llamó. Su madre no le respondió.
Se estaba enfadando, a ¿qué jugaba su madre? Si aquello
era una broma, no le estaba gustando demasiado.
Volvió a subir, cuando puso el pie en la última escalera
la puerta de la habitación de su madre se cerró de golpe. Corrió hacia allí y
la abrió. La habitación estaba vacía.
Escuchó pasos tras él corriendo por el pasillo y la voz
de su madre llamándole y riéndose. Se giró y vio una sombra que bajaba las
escaleras. Tony pensó si su madre se había vuelto loca o algo así. Y decidió no
seguirle el juego. Estaba muy enfadado. Era sábado por la mañana y lo único que
le apetecía era dormir y no andar jugando al escondite por toda la casa. Así que,
abrió la puerta de su cuarto y antes de meterse de nuevo en la cama, le gritó
desde el umbral que no tenía ganas de jugar que si quería algo estaría en la
cama. Al cabo de un rato escuchó abrirse la puerta de su habitación. Su madre
sabía que se había enfadado y venía a pedirle disculpas, seguro. La puerta se
abrió de todo, él no se movió de la posición en la que estaba. No iba a
entrarle al juego. Escuchó la respiración de su madre y esperó a que ella se
abalanzara sobre él para hacerle cosquillas, como solía hacer cuando quería
hacer las paces, tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no reírse.
Escuchaba los pasos estaban cada vez más cerca. Entonces….
Su madre abrió la puerta de la calle mientras le gritaba
eufórica:
-Tony, ya llegué. ¡He vendido la casa!
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