Después de pagarle al repartidor, se sentó ante el televisor.
Había un girasol dibujado en la caja que contenía la pizza. Le sorprendió
comprobar que aquel era el logotipo de la empresa y sonrió ante tal ocurrencia.
Cogió un trozo y mientras lo comía, se concentró en la película que estaba
viendo, antes de que el timbre de la puerta lo interrumpiera. Estaba solo, su hermana regresaría a casa en
un par de horas, cuando saliera de trabajar. La protagonista, una adolescente,
iba montada en la parte de atrás de la moto del “malote” del instituto, llevaba
puesto un sombrero que iba sujetando con una mano, para que no volara. Se
dirigían a casa de un amigo que había montado una fiesta, aprovechando que sus
padres se habían ido de viaje el fin de semana. Era la típica película de
terror adolescente, donde un asesino iba matando, uno a uno, a todos los jóvenes
que estaban en la casa. La había visto muchas veces, le fascinaba, se sabía los
diálogos de todos y cada uno de los personajes que aparecían en ella. Comía
despacio, al ritmo de un caracol, concentrado al máximo en las imágenes que
iban pasando ante sus ojos. Cuando los jóvenes
de la moto llegaron a la casa, el diálogo cambió, mejor dicho, tenían que haber
hablado y no lo hicieron. Le extrañó mucho aquella omisión. En el hall de la
casa, recordaba que había una maqueta de un barco vikingo sobre una mesita. No
estaba. En su lugar se veía la de un molino. Al abrir la puerta de la calle, se
coló un poco de aire, aquello provocó que las aspas comenzaran a girar. Los
chicos dejaron sus abrigos en el armario y encaminaron sus pasos hacia otra
puerta que daba al salón, donde se celebraba la fiesta. La imagen se congeló en
el momento en que los jóvenes cruzaban el umbral, quedando en la pantalla un
primer plano del molino cuyas aspas giraban y giraban sin parar. Daría un
puñado de monedas de oro, si las tuviera, por saber qué estaba pasando. Fue el
último pensamiento que tuvo antes de que el continuo movimiento de aquellas
aspas, lo hipnotizaran por completo. No vio la cara pintada de blanco de un
hombre en la pantalla de su televisor mirándolo, mientras esbozaba una sonrisa amenazadora
y siniestra. Poco después llegó su hermana a casa. En el salón, sobre la mesa
que había frente al televisor, encontró una caja con una pizza dentro a medio comer
y en la televisión estaba puesta aquella película que tanto le gustaba a su
hermano. Hizo una mueca de disgusto, pensando que era enfermiza la obsesión que
tenía con ella. Gritó su nombre. Nadie le contestó. Escuchó unos ruidos en la
cocina. Pensando que era su hermano quien los hacía, fue hasta el baño con la
intención de darse una ducha. Al correr la cortina para abrir el grifo, lo
encontró en la bañera en medio de un gran charco de sangre. Gritó con todas sus
fuerzas. Se giró presa del pánico, para salir de allí y pedir ayuda, pero en el
umbral de la puerta la esperaba alguien. Llevaba la cara pintada de blanco y
sonreía. Aquella sonrisa le provocó un escalofrío que le recorrió todo el
cuerpo y la puso en alerta. Abrió la boca para volver a gritar, pero aquel
hombre fue más rápido, se colocó tras ella y se la tapó con una mano enguantada,
la que tenía libre, porque en la otra llevaba un cuchillo con el que le rajó la
garganta.
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