Sintió una mano fría sobre su muslo derecho. Abrió los
ojos asustada, pero no se movió, tenía tanto miedo que, a duras penas podía
reprimir el grito que se había formado en su garganta. Estaba en su cama. La luz
estaba apagada. Alguien se había sentado en el borde. Se estaba inclinando
sobre ella. Podía sentir su aliento sobre su cara. Apestaba a alcohol. Sabía
muy bien quién era. También sabía que tenía que hacer algo para terminar con
aquello antes de que fuera demasiado tarde. Su madre trabajaba como enfermera
en el hospital. Tenía turno de noche. Su hermano pequeño dormía en la
habitación de al lado. Su padrastro había regresado del bar donde había estado
bebiendo con sus amigos. Sintió el contacto húmedo de su lengua sobre su oreja.
Su cuerpo se estremeció de asco y repulsión. No aguanto más. Empujó al hombre
que lo cogió por sorpresa. Perdió el equilibrio y terminó de espaldas sobre el
suelo. Ella saltó de la cama y salió del cuarto hacia la puerta de la calle. La
abrió y echó a correr como alma que lleva al diablo, sin mirar atrás, hasta que
no pudo más y cayó rendida sobre el asfalto. Tenía que ir al hospital y
contarle a su madre lo que había pasado. Se levantó despacio. Tenía mucho frío.
Siguió caminando. Debido a la poca iluminación de la calle, un coche que
circulaba a bastante velocidad, la arrolló. El cuerpo de la joven yacía inmóvil
a pocos metros del automóvil. El conductor que iba ebrio, se dio a la fuga.
No podía moverse. Le dolía todo el cuerpo y sentía un
dolor muy intenso en el pecho. Nunca se imaginó que tal dolor pudiera existir,
pero existía, y muy a su pesar aquel dolor lejos de remitir fue en aumento. Perdió
el conocimiento.
Había oído hablar mucho sobre el tema de la muerte. Su
madre, a veces, le contaba historias de gente que fallecía en el hospital. A
ella siempre le fascinaron. Había leído
mucho acerca de lo que pasaba cuando te morías. La luz al final del túnel. Familiares
que vienen a buscarte. Imágenes de tu vida como si de una película se tratara.
Pero, ahora estaba en esa situación y era muy distinto a lo que había leído y
escuchado. Se vio en el quirófano, varios doctores estaban haciendo todo lo
posible para salvarle la vida. Una vida que ella ya sabía que había perdido y
que aquellos hombres y mujeres ya no podrían hacer nada para devolvérsela.
Estaba flotando, muy cerca del techo. No había túnel, ni
familiares conocidos ni desconocidos. Estaba sola. Se observó a sí misma, tan
joven, con tantas cosas por hacer, tantas experiencias por vivir…. todo se
había acabado en unos pocos y dolorosos minutos. Una enorme ira y un odio intenso hacia aquel
conductor la embargó. Las luces del quirófano se encendían y apagaban mientras
ella luchaba por controlarse. Un grito sordo salió de su garganta y las luces dejaron
de iluminar quedando el lugar completamente a oscuras. Se hizo un gran revuelo
en el quirófano. Se fueron dejándola sola. Le daba igual. Le preocupaba más su madre y su hermano
viviendo bajo el mismo techo con aquel monstruo. Ojalá pudiera avisarles. Pero
cómo hacerlo.
Taparon su cuerpo con una sábana.
Ojalá todo hubiera sido distinto y papá no hubiera
muerto. Mamá no tendría que trabajar tanto y estaría más con ellos. Y sobre
todo volvería a sonreír. Echaba mucho de menos su risa que se podía escuchar
por toda la casa. Cuando papá estaba vivo ella era feliz.
Cerró los ojos y lloró, no se sorprendió que pudiera
hacerlo. Visto lo visto ya nada le sorprendía.
Aunque era muy pequeña, apenas 6 años, sabía que el
infarto, que causó la muerte de su padre, había sido por su culpa.
Jugando con sus pastillas, se le habían caído. Su padre
nunca las dejaba a su alcance, pero aquella mañana se había olvidado de
guardarlas, debido a las prisas. Vio el franco e intentó abrirlo. Lo logró al
tercer intento, pero había hecho tal fuerza que, al quitar la tapa, salieron disparadas
desparramándose por el suelo del cuarto de baño. Temiendo que le riñeran, las rellenó
con otras que llevaba su madre en el bolso. Eran del mismo tamaño y color así
que pensó que lo notarían.
Le gustaría volver atrás y reparar el daño causado. Pero
ya era tarde.
Contempló su cuerpo y se recostó sobre él. Todavía estaba
tibio. Lo echaría de menos. Le gustaba como era a pesar de su cabello rebelde,
sus granos y su poco pecho.
-¡!!¡Carolina, levántate o llegarás tarde a la
escuela!!!!
Abrió los ojos de golpe. Le había parecido escuchar la
voz de su madre. Pensando que era un sueño se dio la vuelta en la cama para
seguir durmiendo. Entonces escuchó otra voz. La voz de un hombre, una voz que
hacía mucho tiempo que había dejado de oír. Se sentó en la cama y se pellizcó
en la cara, el dolor que sintió en su mejilla derecha, le hizo saber que no
estaba soñando. Se quitó las mantas de encima y bajó de la cama. Lo hizo tan
rápido que perdió el equilibrio durante unos segundos. Profirió un grito,
cuando se dio cuenta de que sus piernas eran pequeñas, demasiado pequeñas para
tener 16 años. Corrió hacia el espejo que había en su armario. Lo que vio la
dejó atónita. La imagen que vio reflejada era la de una niña de unos seis años.
- ¡Carolina! –su madre la volvía a llamar, esta vez con
más insistencia y visiblemente enfadada.
Corrió al baño. Allí estaban las pastillas de su padre. Las
contempló como si estuviera viendo un fantasma o a algo así. Las cogió con
delicadeza. Arrimó la banqueta al lavabo, abrió la puerta del armario que había
colgado encima y las colocó en el último estante junto con las otras medicinas.
Se lavó la cara, se visitó y bajó corriendo las escaleras
deseando abrazar de nuevo a padre.
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