lunes, 6 de diciembre de 2021

PRINCIPIO

 

Sintió una mano fría sobre su muslo derecho. Abrió los ojos asustada, pero no se movió, tenía tanto miedo que, a duras penas podía reprimir el grito que se había formado en su garganta. Estaba en su cama. La luz estaba apagada. Alguien se había sentado en el borde. Se estaba inclinando sobre ella. Podía sentir su aliento sobre su cara. Apestaba a alcohol. Sabía muy bien quién era. También sabía que tenía que hacer algo para terminar con aquello antes de que fuera demasiado tarde. Su madre trabajaba como enfermera en el hospital. Tenía turno de noche. Su hermano pequeño dormía en la habitación de al lado. Su padrastro había regresado del bar donde había estado bebiendo con sus amigos. Sintió el contacto húmedo de su lengua sobre su oreja. Su cuerpo se estremeció de asco y repulsión. No aguanto más. Empujó al hombre que lo cogió por sorpresa. Perdió el equilibrio y terminó de espaldas sobre el suelo. Ella saltó de la cama y salió del cuarto hacia la puerta de la calle. La abrió y echó a correr como alma que lleva al diablo, sin mirar atrás, hasta que no pudo más y cayó rendida sobre el asfalto. Tenía que ir al hospital y contarle a su madre lo que había pasado. Se levantó despacio. Tenía mucho frío. Siguió caminando. Debido a la poca iluminación de la calle, un coche que circulaba a bastante velocidad, la arrolló. El cuerpo de la joven yacía inmóvil a pocos metros del automóvil. El conductor que iba ebrio, se dio a la fuga.

No podía moverse. Le dolía todo el cuerpo y sentía un dolor muy intenso en el pecho. Nunca se imaginó que tal dolor pudiera existir, pero existía, y muy a su pesar aquel dolor lejos de remitir fue en aumento. Perdió el conocimiento.

Había oído hablar mucho sobre el tema de la muerte. Su madre, a veces, le contaba historias de gente que fallecía en el hospital. A ella siempre le fascinaron.  Había leído mucho acerca de lo que pasaba cuando te morías. La luz al final del túnel. Familiares que vienen a buscarte. Imágenes de tu vida como si de una película se tratara. Pero, ahora estaba en esa situación y era muy distinto a lo que había leído y escuchado. Se vio en el quirófano, varios doctores estaban haciendo todo lo posible para salvarle la vida. Una vida que ella ya sabía que había perdido y que aquellos hombres y mujeres ya no podrían hacer nada para devolvérsela.

Estaba flotando, muy cerca del techo. No había túnel, ni familiares conocidos ni desconocidos. Estaba sola. Se observó a sí misma, tan joven, con tantas cosas por hacer, tantas experiencias por vivir…. todo se había acabado en unos pocos y dolorosos minutos.  Una enorme ira y un odio intenso hacia aquel conductor la embargó. Las luces del quirófano se encendían y apagaban mientras ella luchaba por controlarse. Un grito sordo salió de su garganta y las luces dejaron de iluminar quedando el lugar completamente a oscuras. Se hizo un gran revuelo en el quirófano. Se fueron dejándola sola. Le daba igual.  Le preocupaba más su madre y su hermano viviendo bajo el mismo techo con aquel monstruo. Ojalá pudiera avisarles. Pero cómo hacerlo.

Taparon su cuerpo con una sábana.

Ojalá todo hubiera sido distinto y papá no hubiera muerto. Mamá no tendría que trabajar tanto y estaría más con ellos. Y sobre todo volvería a sonreír. Echaba mucho de menos su risa que se podía escuchar por toda la casa. Cuando papá estaba vivo ella era feliz.

Cerró los ojos y lloró, no se sorprendió que pudiera hacerlo. Visto lo visto ya nada le sorprendía.

Aunque era muy pequeña, apenas 6 años, sabía que el infarto, que causó la muerte de su padre, había sido por su culpa.

Jugando con sus pastillas, se le habían caído. Su padre nunca las dejaba a su alcance, pero aquella mañana se había olvidado de guardarlas, debido a las prisas. Vio el franco e intentó abrirlo. Lo logró al tercer intento, pero había hecho tal fuerza que, al quitar la tapa, salieron disparadas desparramándose por el suelo del cuarto de baño. Temiendo que le riñeran, las rellenó con otras que llevaba su madre en el bolso. Eran del mismo tamaño y color así que pensó que lo notarían.

Le gustaría volver atrás y reparar el daño causado. Pero ya era tarde.

Contempló su cuerpo y se recostó sobre él. Todavía estaba tibio. Lo echaría de menos. Le gustaba como era a pesar de su cabello rebelde, sus granos y su poco pecho.

 

-¡!!¡Carolina, levántate o llegarás tarde a la escuela!!!!

Abrió los ojos de golpe. Le había parecido escuchar la voz de su madre. Pensando que era un sueño se dio la vuelta en la cama para seguir durmiendo. Entonces escuchó otra voz. La voz de un hombre, una voz que hacía mucho tiempo que había dejado de oír. Se sentó en la cama y se pellizcó en la cara, el dolor que sintió en su mejilla derecha, le hizo saber que no estaba soñando. Se quitó las mantas de encima y bajó de la cama. Lo hizo tan rápido que perdió el equilibrio durante unos segundos. Profirió un grito, cuando se dio cuenta de que sus piernas eran pequeñas, demasiado pequeñas para tener 16 años. Corrió hacia el espejo que había en su armario. Lo que vio la dejó atónita. La imagen que vio reflejada era la de una niña de unos seis años.

- ¡Carolina! –su madre la volvía a llamar, esta vez con más insistencia y visiblemente enfadada.

Corrió al baño. Allí estaban las pastillas de su padre. Las contempló como si estuviera viendo un fantasma o a algo así. Las cogió con delicadeza. Arrimó la banqueta al lavabo, abrió la puerta del armario que había colgado encima y las colocó en el último estante junto con las otras medicinas.

Se lavó la cara, se visitó y bajó corriendo las escaleras deseando abrazar de nuevo a padre.

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