lunes, 7 de marzo de 2022

LA SUERTE EN LA MUERTE

 

Cuando bajaron el féretro a la fosa, el joven no pudo más y se derrumbó. Había intentado mantener la poca compostura que le quedaba, pero aquella visión… pensar que su madre yacería eternamente en aquel hoyo oscuro y húmedo… La poca cordura que se aferraba a él con unas y dientes, con una desesperación desmesurada, se desvaneció, resquebrajando por completo la tela de la razón, por la cual, y como esperando el momento exacto para hacer acto de presencia se coló la locura.

Echó a correr. Atravesó el camposanto bajo la mirada atónita de los asistentes al entierro. Amigos y familiares que miraban estupefactos como el hombre se perdía entre el bosque de lápidas huyendo de algo, de alguien, de sí mismo, de su dolor, de su agonía, de la muerte…

Se subió al coche y aceleró. Necesitaba huir de aquel lugar, morada de muertos, de vidas sesgadas, de recuerdos extraviados, de nombres ya olvidados.

Y corrió y corrió por carreteras estrechas, por caminos de tierra, donde la noche lo encontró llorando al volante como un niño sin fiesta de cumpleaños.

Entonces...

Con su ultimo vestido, el escogido para el ultimo baile con la muerte. Su carmín rojo en los labios, su pelo suelto cayendo en cascada sobre sus hombros, su mirada ausente, sin vida, pero aun así lo miraba. Sus ojos aterrados, le suplicaban.

Aminoró la marcha, unos segundos, tiempo suficiente para darse cuenta de que los labios de su madre se movían con desesperación. Haciéndole señas con los brazos para que se detuviese. No escuchaba su voz. El alto volumen de la radio amortiguaba aquellos gritos desgarradores.

Por unos segundos vio aquel muro, que inexplicablemente habían levantado en medio de aquella carretera. Pisó el freno a fondo, sabiendo que si no lo hacía el impacto sería mortal.

No pudo evitar el choque frontal contra aquella pared. Pero sí pudo eludir a la muerte.

Aquella visión le salvó de una muerte segura.

Los sanitarios que acudieron al lugar de los hechos no podían explicarse el accidente. El coche presentaba fuertes daños en la parte frontal. Pero no había nada que les indicara contra que había chocado. No había un árbol, ni restos del atropello de un animal, ni una piedra, nada que se hubiera interpuesto en su camino.

“En la orfandad suprema de la muerte

Te vi caer al abismo de la suerte”

 

 

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