sábado, 5 de marzo de 2022

TENÍA UNA MISIÓN

 

A los cinco años me perdí en el bosque. Era muy travieso y con una imaginación desbordante. No recuerdo muy bien qué paso. Me vienen imágenes sueltas, envueltas en una densa niebla. Sólo sé que aquel día al atardecer cogí mi tirachinas, cargué los bolsillos de mi pantalón de piedras y me encaminé hacia el bosque. Por aquel entonces, me encantaban los tebeos de superhéroes y las ganas que tenía de ser uno de ellos. Salvar al mundo y todo eso. Aquella tarde me envalentoné y salí a cazar a aquel animal que oíamos aullar todas las noches y que tenía atemorizados a todos los vecinos de la aldea, incluidos mis padres, que hablaban de un ser, un demonio que venía a por las almas de los incautos.

La idea de ir a por él surgió de repente. Recuerdo estar dibujando a Superman. Guardé los lápices en un estuche con forma de huevo. Me puse una sudadera que tenía la letra A, de un color rojo intenso, impresa en la parte delantera y salí. La tarde llegaba a su fin. Cogí en el sendero que había detrás de mi casa con mi preciado tirachinas en la mano. Nunca me sentí tan seguro de sí mismo. Estaba más que convencido de que daría caza a aquel demonio.

Mi madre preparaba la cena con el sonido de la televisión de fondo. No estaba pendiente de las imagines, si lo hubiera hecho habría visto entre los corredores de fondo que estaban a punto de comenzar la carrera, al nuevo campeón mundial. Colocó la mesa. Se despistó al escuchar la puerta de la calle al abrirse. Mi padre regresaba de su taller mecánico. Se sentó ante la mesa mientras mi madre fue a llamarme a mi habitación. El hombre se levantó en busca de un tenedor. Su esposa irrumpió en la cocina. Estaba pálida. Su respiración era entrecortada. Trataba de decirle algo, pero le faltaba el aire. Se acercó a ella y trató de calmarla. La mujer le dijo que yo no estaba en la casa.

Ahí comenzó mi búsqueda. He de decir que yo nunca me sentí en peligro. Incluso cuando hubo anochecido y las primeras sombras fueron adueñándose del bosque me sentí seguro bajo la luz de la luna llena iluminando mis pasos.

Escuché aquella especie de aullido proveniente de las profundidades del bosque. Me pareció que sonaba muy cerca de donde estaba. Seguí caminando, mientras tensaba mi tirachinas dispuesto a disparar en cualquier momento. Escuche el crujir de una rama delante de mí. Disparé. Erré el tiro. El ciervo me miró y siguió su camino. Yo hice lo mismo.  Detrás de mi escuché mi nombre en bocas distintas. Sabía que me estaban buscando. No podía permitir que me encontraran antes de llevar a cabo aquella misión que tenía en manos.

Llegué a un claro. Vi a un hombre. Vestía de negro. Su pelo era amarillo como el sol, lo llevaba muy corto. Su tez era muy blanca. Me sonreía al tiempo que me alargaba la mano para que se la tomara. Sentí que una fuerza invisible que no podía dominar, se había adueñado de mí. Tiré el tirachinas que cayó a mis pies y comencé a caminar hacia él, hipnotizado. Tomé aquella mano que me tendía y sin mediar palabra comenzamos a caminar.

Escuché a alguien que se acercaba a mí corriendo y mi nombre envuelto en un grito desgarrador. Reconocí la voz de mi madre. Me agarró con fuerza levantándome del suelo. Solté aquella mano. Miré hacia donde antes estaba aquel hombre, pero… no había nadie.

Años después y recordando lo acontecido en la consulta de mi terapeuta, pude recordar algo más. Cuando comencé a caminar de la mano de aquel hombre sentí que de alguna manera éramos uno solo. Como si nuestros cuerpos se hubieran fundido en uno. Recuerdo ver una sombra reflejada en el suelo. Una sola. No dos. Era la sombra de un ser muy alto, con patas de chivo y con unos cuernos en su cabeza.

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