martes, 3 de mayo de 2022

LA AGUJA DE LA MUERTE

 

Salió de la sala de reuniones desconcertado, aturdido y muy enfadado. Tenía que tratarse de un sueño. No podía ser de otra manera. Porque si no era así…. Significaba que aquello era el principio del fin de la humanidad.

Había votado que no a lo que se proponían hacer, aun sabiendo que su voto no valía nada si sus “colegas”, los 20 que estaban allí reunidos, habían dado un voto favorable. Estaba en clara desventaja.

Para cuando llegó a su despacho, le dijo a la enfermera que cancelara todas las citas. No tenía humor ni se sentía bien para atender a ningún paciente en lo que quedaba de día.

Cerró la puerta tras de sí dando un portazo y descargó su furia tirando todo lo que había sobre la mesa.  

Necesitaba salir de aquel hospital.

Fuera se había desatado una fuerte tormenta.

Empezó a correr bajo la lluvia. No vio el coche que en esos momentos se dirigía hacia él a gran velocidad. Se quedó petrificado. Aquello era el fin. Pero antes de perder el conocimiento reconoció al conductor. No le cabía la menor duda de que iban a por él.

Una mujer hablaba con un médico en un largo pasillo junto a la puerta abierta de una de las habitaciones del hospital. Le preguntaba por el estado de su marido que llevaba un mes en coma y todavía no se había despertado.

-Señora, sólo le puedo decir que hay que esperar. Puede salir del coma mañana, dentro de una semana, un mes o quizá no lo haga en años. No lo sabemos. Ha sufrido grandes lesiones internas.

Mientras tanto sentada en el borde de la cama una niña de unos seis años con un peluche en forma de sirena le hablaba a aquel hombre postrado en la cama.

- ¿Papá cuando vuelves a casa con nosotras?

Lo zarandeó para que se despertara.

Bajó de la cama y se dirigió hacia la mujer.

Su mamá seguía hablando con aquel hombre mayor vestido con una bata blanca. Esperó sentada en el pasillo a que su madre se diera cuenta de que estaba allí. Tenía prohibido molestar a los mayores cuando estuvieran hablando.

Jugaba con su sirena mientras le llegaban retazos de la conversación. Ellos o no se habían dado cuenta de su presencia o pensaban que prestaba más atención a jugar con su peluche que a lo que estaban hablando ellos dos.  

Pero ella estaba escuchando.

-Piense lo que le acabo de decir. Tal vez no despierte nunca y el gasto del hospital se va a disparar cada día que pase aquí.

-Pero lo que me propone es…. matarlo- musitó ella

-No, ese dinero se lo da el hospital y lo puede invertir en la educación de su hija, en una buena universidad. Hace un mes que lo hemos decidido en una junta extraordinaria. El gasto que conlleva un paciente de larga duración por una enfermedad grave que le dejará secuelas de por vida, le será entregado a su familia un cincuenta por ciento de dicho gasto, si ésta decide parar el tratamiento y por consiguiente dejar la cama libre.

La mujer había comenzado a llorar.

-No sé- logró decir.

-Mire, aquí tengo una hoja con los cálculos hechos del dinero que supondrá que su marido esté ingresado durante un año.

La mujer con los ojos anegados en lágrimas contempló aquella cifra de varios ceros. Abrió la boca sorprendida para decir algo, pero se lo tragó junto con las lágrimas que corrían por sus mejillas.

- ¿Está seguro que no despertará? -logró preguntarle

-Los daños cerebrales son muy graves y si despierta será una persona dependiente toda su vida. Escuche…

Se acercó a ella como si le fuera a contar un secreto

-Usted es joven. Puede rehacer su vida cuando quiera. No creo que quiera malgastarla cuidando de una persona que la va a necesitar toda su vida para T O D O. –le dijo, recalcando esa última palabra y estirándola en el tiempo.

- ¿Podré despedirme de él?

-Claro que si, además….

Y siguieron hablando. La niña no quiso escuchar más.

Entró en la habitación y se subió a la cama donde yacía su padre.

-¡¡Papá!!!- lo zarandeó todo lo fuerte que sus fuerzas le permitían. - ¡Tienes que despertar! ¡Lo tienes que hacer ya! Mamá y ese señor te quieren matar.

Se acurrucó a su lado llorando. Se quedó dormida.

 

Sintió la humedad sobre su cara y un calor en su mejilla izquierda. Todo estaba muy oscuro. Fuera donde fuese que estuviera era frío y húmedo, sin luz, sólo oscuridad.

¡Un momento! Escuchaba algo. Llantos. Parecían lejanos. Shhhh. Eran de una niña. Decía algo.

¿Por qué no podía entenderlo? Sonaba muy lejos. Tenía que moverse. Pero ¿hacia dónde? Estaba desorientado. Todo a su alrededor estaba negro. Otra vez la voz. Se movió en aquella dirección. Cada vez la escuchaba más cercana. ¡Papá! Si, lo había oído. La reconoció. Era de su pequeña.

Entonces todo se movió. Él se movía. Como si fuera parte de los ingredientes de una coctelera que estaban agitando. Le dolía la cabeza. Se estaba mareando. Escuchó otra vez la voz de su niña. ¡Tienes que despertar! ¡Abre los ojos papá!

No podía hacerlo. Un momento, la oscuridad se estaba disipando. Una puerta se cerró tras él dejándola atrás. Sintió presión en su pecho. Se estaba ahogando. Tenía que tomar aire. Necesitaba respirar……

El hombre se incorporó en la cama, con los ojos abiertos de par en par, llevándose por delante a la niña que se había tendido sobre su pecho en un intento de evitar que aquel hombre de la bata blanca le clavara una aguja, la aguja de la muerte.

 

 

 

 

 

 

 

 

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