Mi querida Elisa:
El tiempo a lomos de un caballo blanco pasa trotando por nuestras vidas a
la velocidad de un rayo. Sólo nos queda guardar en nuestra memoria retazos de
momentos vividos que, aunque fugaces, logramos atrapar en nuestra retina y
guardar, cual tesoro, en nuestros corazones. Momentos vividos que nos causaron
felicidad y otros que nos provocaron pena y dolor.
Lo demás, lo insignificante, el viento ya se encarga de barrerlo con su
escoba eterna cual hoja caída de un árbol, efímera y liviana como una pluma.
Pero anclado en mi memoria permanecerá impertérrito al paso de los días,
meses y años, tu recuerdo.
El dolor no se desvanece, se alimenta de mi añoranza y mis deseos de volver
a verte. Se hace más fuerte, si cabe, y sucumbe a mis ganas de vivir. Porque
sin ti no soy nada, ni nadie, tan solo una mota de polvo más, un aliento
exhalado, un suspiro anhelado, un grito desesperado. Ese dolor tan profundo y
doloroso corroe mis entrañas, traspasa mi corazón como miles de puñales
rompiendo la piedra que lo rodea.
Y aquí me hayo, tumbado en mi cama mirando el techo sin mirar, esperando
sin esperar, suspirando sin suspirar. El arrepentimiento me mece entre sus
brazos esperando el sueño eterno.
¡Oh, mi querida Elisa! Mis palabras no tienen sentido, lo sé, y más
sabiendo que yo te arrebaté la vida con mis manos. No fue la ira, ni los celos,
ni el odio lo que me llevó a hacerlo, no. La causa fue mi amor por ti. Un amor
desmesurado que me volvió loco. Mi locura mató a la razón que me gritaba
desesperada que no lo hiciera, pero ya era tarde mi amor, era muy tarde.
Ahora soy preso de la culpa que me embarga y que me lleva al borde de la
muerte, fruto de la cruel demencia que alimenta mi alma y mi espíritu.
Puedo oler tu fragancia a mi alrededor, sentir tus labios en los míos, el
roce de tu piel contra mi cuerpo desnudo, tu aliento susurrándome palabras al
oído. No te has ido. Sé que estás aquí.
Tiemblo pensando en tu venganza.
Eres el espejismo de mis silencios gritados y de mis gritos callados.
Pronto me reuniré contigo. Al fin y al cabo, ese era el plan que había
urdido sumergido en el pozo donde no tiene cabida ni la cordura ni el perdón.
Cierro los ojos esperando verte de nuevo. Cogernos de la mano y caminar
juntos por el sendero del para siempre.
Ya queda poco mi querida Elisa. La eternidad nos espera.
Nada, ni nadie, se interpondrá en nuestro camino. Te lo juro.
Caigo en las redes del silencio sepulcral, en el vacío de la nada, en la
ausencia de luz de la oscuridad. Palpo las tinieblas caminando a ciegas. Te
busco. No te encuentro. ¿Dónde estás mi amor? La desesperación llega con la
ausencia de luz. Quiero gritar. Pero mi garganta enmudeció. Mis sentidos están
anulados. No puedo oler tu fragancia, no veo tu rostro, no puedo saborear tu
nombre, ni tocar tu piel.
Escucho algo…. Unas carcajadas lejanas. Se acercan. Cada vez son más
nítidas. Es tu risa la que llega como una suave brisa y se cuela en mis oídos.
No está todo perdido ¿o sí?
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