Un recinto circular. Antorchas colocadas estratégicamente
entre los muros de piedra para que cada rincón estuviera iluminado. Siete
tronos elaborados a través de la madera de ginkgo, árbol inmortal. Siete
arcontes, gobernantes del reino de las tinieblas. Siete dictaminarán por
unanimidad la sentencia a aplicar. Eso es lo pactado, pero hoy, tan solo seis
están presentes. Viento, tierra, naturaleza, agua, fuego y hielo. En el centro
un ángel portando una espada con restos visibles de sangre en ella. Sus alas
han dejado atrás su esplendor y su pureza. El ángel había sido derrotado, tras
herir de muerte al arconte de la electricidad cuya divinidad era la eternidad.
Pero falló en su empresa. El arconte seguía con vida. Entró en el recinto
cuando la sentencia a aplicar estaba a punto de hacerse pública. Los seis habían
decidió aceptar a aquel ángel entre los suyos, de todos era sabido que su
vuelta al paraíso era impensable. También conocían la crueldad y malicia con la
que actuaba el arconte al que había intentado matar. Su gran poder y su gran
ira eran desmesurados.
El maquiavélico arconte juzgó a aquel ángel. Su decisión
era inapelable, hecha bajo la coacción y las amenazas hacia sus compañeros
presentes. Lo condenó a vagar eternamente entre los dos mundos, nunca volvería
al paraíso y nunca sería aceptado entre ellos. Aquella, era la peor condena
porque durante su sueño eterno estaría condenado a recrear, una y otra vez, su
acto y su juicio.
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